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A Contratiempo
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Pentajuma

La Distritofónica - 2010

Diego Andrés Aranda

2012-08-27 / Revista Acontratiempo / N° 19
Audio 1

Desde hace algún tiempo, la escena musical bogotana propone tendencias que van desde lo tradicional hasta lo moderno y en algunos arriesgados casos, funde en un solo modelo estos dos conceptos. En la búsqueda del sonido, la exploración hacia lo raizal y lo local forma parte de un sustento primordial necesario para entender el desarrollo cultural de los pueblos, proyectarse en dirección progresiva y hallarse a uno mismo como individuo. Del pasado al presente, de la sociedad al ser, de lo exquisitamente sencillo hasta la apasionante complejidad.


Estos son los matices que se degustan en el trabajo Pentajuma del quinteto del contrabajista bogotano Juan Manuel Toro. Una búsqueda que pudo ser la intención inicial resulta en un impulso que aguanta la adición de elementos que se encuentran en el camino.


Se apagan las luces y Juan Manuel se queda solo en la escena. Los oídos apenas se recuperan de todo lo anterior. Es momento para un desarrollo sosegado. Necesitamos sentir correr el agua para recordar el ancestro y la selva con sus secretos tiene para curarlo todo. No es el dueño monte que cautivara a Eddie Palmieri, es la selva repicando con vegetal percusión, efecto que puede lograr un ejecutante como Urián Sarmiento. Se enciende una nueva luz cuando Teto Ocampo hace llorar el charango a la usanza. No sabemos en qué momento salimos del Putumayo y nos metimos al mundo árabe.


Este trabajo es el resultado de la dedicación de un joven grupo de temerarios músicos que no se van por la onda facilista de producir fórmulas preconcebidas. Por el contrario, los sonidos que emergen del álbum Pentajuma son una muestra de trabajo arduo, búsqueda y feliz encuentro con ciertas raíces que hasta hace poco tiempo se encontraban perdidas en la nebulosa del olvido.


Diego Andrés Aranda, Bogotá 2012

En “Gusano”, el corte que abre el disco, una forma sencilla (como un anélido, valga la comparación) se repite en las notas del soprano del saxofonista caleño Jacobo Vélez que a su vez va creciendo como un torbellino incontenible alimentado por los demás instrumentos. Un crescendo que emerge del fondo de la tierra, que le alimenta con sonidos de las alegres regiones de la sabana cordobesa y se embarca rumbo a Nueva Orleans, donde un tímido golpe de jazz le espera para completar la fase. Al final, de la sencillez queda muy poco y el talento del grupo se compacta dirigido por un solo guía.


“Pentajuma” establece su protagonismo con sobriedad en el inicio. Los acordes del guitarrista bogotano Jaime Andrés Castillo nos conducen por calles bañadas de noche y luces artificiales conectadas a nuestros sentidos, mientras los compases marcados por el baterista Jorge Sepúlveda determinan la velocidad con la que, habitualmente, vamos andando. La ebriedad duplica las imágenes de la mente cuando los vientos se asoman de esquina a esquina. Cinco calles, cinco músicos, cinco líneas que se vierten ante los pies como una avenida dispuesta para el recorrido sonoro. Un pentagrama, para un grupo que se convierte en pentámero que transita esa ciudad aún desconocida pero extrañamente familiar.


“Ajayu” es el principal espíritu del hombre, según los indígenas Aymaras. Tiene la facultad de salir del cuerpo del hombre mientras duerme. El corte que lleva este nombre, se siente avanzar pero parece detenido en el sonido. A pesar de la velocidad, la batería de Sepúlveda se queda intencionalmente pegada en el mismo lugar, mientras los demás intentan de forma desesperada arrancar de una vez por todas. El cerebro nos pregunta cuándo van a empezar exactamente cuando el grupo ya va terminando. La desesperación se torna deliciosa. El espíritu regresa a su cuerpo.


Cuando todos son sobrecogidos por el silencio, el oído ha madurado para recibir la danza, la “Toro Danza”. El nuevo impulso tomado justifica el desenfreno anterior. Un arranque limpio, sin rasgaduras. Ecos de hard bop se perciben desde este mundo mientras que ellos ya visitan otra galaxia. Se desespera Plutarco Guío en el tenor, quiere explotar pero aún no lo hace, como creyendo en la justeza del tiempo. Casi sin darnos cuenta, ha subido más de la cuenta y ya nos abocamos al delirante paso por el estado free, ese estilo de jazz que se supone extremo.


Se apagan las luces y Juan Manuel se queda solo en la escena. Los oídos apenas se recuperan de todo lo anterior. Es momento para un desarrollo sosegado. Necesitamos sentir correr el agua para recordar el ancestro y la selva con sus secretos tiene para curarlo todo. No es el dueño monte que cautivara a Eddie Palmieri, es la selva repicando con vegetal percusión, efecto que puede lograr un ejecutante como Urián Sarmiento. Se enciende una nueva luz cuando Teto Ocampo hace llorar el charango a la usanza. No sabemos en qué momento salimos del Putumayo y nos metimos al mundo árabe.


Este trabajo es el resultado de la dedicación de un joven grupo de temerarios músicos que no se van por la onda facilista de producir fórmulas preconcebidas. Por el contrario, los sonidos que emergen del álbum Pentajuma son una muestra de trabajo arduo, búsqueda y feliz encuentro con ciertas raíces que hasta hace poco tiempo se encontraban perdidas en la nebulosa del olvido.


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