El número 16 de A Contratiempo refleja,
como siempre, la diversidad musical del país. En esta ocasión a través
de los distintos artículos los autores ofrecen al lector la posibilidad
de acercarse a contextos sonoros particulares, todos muy actuales, que
comparten como sustrato común la preocupación por la comprensión
de los contextos musicales dentro de sus prácticas socioculturales,
atravesadas hoy día por las políticas estatales de apoyo a las músicas
regionales, a los procesos locales, y también al apoyo del patrimonio
inmaterial sonoro del país.
Con una postura analítica crítica
que buena falta hace en el país en torno a estas instituciones musicales,
se presenta el trabajo de Hernando José Cobo acerca de la configuración
del género de música andina colombiana desde la plataforma del festival
Mono Núñez, el escenario quizá con más visibilidad y reconocimiento
en el mundo andino. A través del artículo, se explora cómo la estética
de lo sonoro ha sido adecuada a las necesidades y preceptos ideológicos
particulares. Este trabajo contribuye de manera importante a comprender
la lógica de los circuitos de circulación musical y sus formas de
legitimación.
Siguiendo con el interés por el
tema de las lógicas subyacentes a las valoraciones estéticas, esta
vez desde el campo educativo, Juan Sebastián Ochoa presenta un trabajo
en el que explora la presencia de la lógica valorativa de la música
culta occidental en distintos modelos universitarios de educación musical
en la ciudad, que son emblemáticos de los estilos de enseñanza en
el país. Esta reflexión la logra desde el marco de los estudios poscoloniales
a partir de la noción de geopolíticas del conocimiento.
Una de las instituciones musicales
colombianas que se ha transformado con el paso del tiempo, es la
de las bandas de vientos, que cumplen dos funciones centrales, que conectan
preocupaciones musicales centrales: la de la producción y circulación
de repertorios y estilos, y la de la formación de músicos (en el modelo
de banda-escuela) y proyectos colectivos y sentidos de pertenencia en
las comunidades donde se desarrollan las bandas. En últimas,
Victoriano Valencia hace un juicioso análisis de estas transformaciones,
y del panorama actual de las bandas en el país, a la luz de la política
estatal dentro del Plan Nacional de Música.
El hilo conductor llevará luego
al lector a descubrir de la mano etnográfica de Carolina Vanegas cómo
los significados originales de una pieza del repertorio chocoano se
han transformado hasta llegar a públicos bogotanos. Analiza entonces
las relaciones entre estos dos contextos se da una desfiguración del significado
cultural y el contexto histórico en el que se enmarca la obra debido
a la misma manera en que se recopiló, reinterpretó y difundió, así
como por la forma en que llega al público. Un recorrido que vale la
pena.
Dentro de este interés por las lecturas
sociales de los fenómenos musicales, quiero especialmente destacar
la traducción del artículo de Jairo Moreno, director del doctorado
en teoría de la música de la Universidad de Pennsylania, titulado
“Bauzá-Gillespie-Jazz y Música Latina: Diferencia, Modernidad, y
el Caribe Negro”. Este artículo, originalmente publicado en el año
2004 en la revista The South Atlantic (103:1 Winter 2004), presenta
de forma magistral un recuento por el encuentro entre Bauzá y Gillespie
y la creación del jazz latino, como un acto de diferenciación y discriminación
racial entre los negros norteamericanos del bebop y los negros cubanos
inmigrantes, creadores del jazz latino. Agradezco la cesión de
los derechos del artículo por parte de Duke University Press, para
ser publicado en este número de la revista virtual. Sea también una
manera de conectarnos con los trabajos que los colombianos desarrollan
más allá de nuestro territorio.
En la sección de partituras se localizan
dos interesantes piezas musicales: El Café Windsor, un foxtrot
de 1916 del maestro Jerónimo Velasco, presentada por Fernando León,
quien además de explicar su estructura formal, muestra en qué
Bogotá sucedió esta composición. Igualmente el público tiene acceso
a la partitura de la obra: El mezazo una pieza un porro palitiao (banda
pelayera) del compositor Dairo Meza.
Quiero finalmente agradecer al comité
editorial de A Contratiempo y a su director, Jaime Quevedo, su apoyo
incondicional en la elaboración de los números 13 al 16 que estuvieron
bajo mi criterio editorial. A Contratiempo tiene muchos años por venir,
y muchos músicos que le darán a esta revista digital nuevos
vuelos.
Beatriz Goubert