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Investigación sobre músicas indígenas en Colombia. Segunda parte: Campos disciplinares, institucionalización e investigación aplicada

Carlos Miñana Blasco. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia

Diciembre de 2009 / Revista Acontratiempo / N° 14

6. Otros estudios y producción no académica

El marco expositivo que nos fijamos al comienzo de este artículo –en torno a grandes regiones culturales- (ver primera parte) no nos permitió abordar otro tipo de publicaciones de tipo más general o comparativo que son difíciles de situar en dicho marco. Por esta razón, en la segunda parte nos referiremos a este tipo de trabajos. Igualmente realizaremos un balance general y unas proyecciones de la investigación sobre las músicas indígenas en Colombia, a manera de conclusiones.


6.1. Estudios generales y comparativos, enciclopedias y diccionarios

En primer lugar abordaremos los trabajos generales que hablan de la música indígena en Colombia, pero en un contexto más amplio, en una perspectiva comparativa o enciclopédica. Las dos mejores obras de referencia publicadas en estos últimos veinte años son: The Garland encyclopedia of world music, vol. 2, South America, Mexico, Central America, and the Caribbean (1998), editada por Dale A. Olsen y Daniel E. Sheehy, y Music in Latin America and the Caribbean. An Encyclopedic History, vol. 1, Performing Beliefs: Indigenous Peoples of South America, Central America, and Mexico (2004), editado por Malena Kuss. Desafortunadamente, ambas enciclopedias se basan demasiado en la literatura publicada en inglés y dan poca participación a investigaciones e investigadores locales.

Otra gran enciclopedia publicada en español y que sí recurrió a investigadores locales, es el Diccionario de la música española e hispanoamericana (1999-2002), obra dirigida por Emilio Casares Rodicio 1. A diferencia de las dos obras anteriormente mencionadas, en ésta la música de los pueblos indígenas ocupa un lugar menor. Las entradas correspondientes a la música indígena en Colombia estuvieron a cargo de los antropólogos Nubia Flórez Forero y el ya mencionado Benjamín Yepez. Lamentablemente, los artículos sobre música indígena resultan muy desiguales, insuficientemente documentados, sesgados y poco pertinentes.

2 2.1 2.2 2.3 2.4

También un diccionario, pero dedicado a recoger fuentes históricas, es la publicación ya clásica del Diccionario Folklórico de Colombia. Música, instrumentos y danzas (1970), de Harry C. Davidson, en 3 tomos. Es una ayuda para los investigadores pues transcribe un gran número de documentos de diferentes épocas. Tiene un valor importante como recopilación de fuentes históricas, pero es necesario abordarlo con cuidado pues no es un trabajo riguroso ni crítico.

Dos interesantes y sugerentes trabajos comparativos en el ámbito latinoamericano, más de tipo musicológico que antropológico, son: 1) Síntesis de la etnomúsica en América Latina (1980) de Isabel Aretz, cuyas primeras 131 páginas ofrecen un complejo y rico panorama de la música precolombina y precortesiana, de los “grupos extintos” y de los pueblos indígenas actuales. La mayoría de las 73 transcripciones musicales son realizadas por la autora o por su esposo Ramón y Rivera (ambos ya fallecidos). Es un libro, obviamente, demasiado ambicioso y que pretende llegar a conclusiones generales sin suficientes evidencias empíricas, pero es sin lugar a dudas uno de los esfuerzos mejor logrados hasta los años 80. El trabajo, además incluye algunas partituras y comentarios sobre la música de pueblos indígenas en Colombia, y que no hemos incluido en los comentarios anteriores (por ejemplo sobre los tule). 2) Fenomenología de la etnomúsica del área latinoamericana (1980) de Luis Felipe Ramón y Rivera, publicación en la cual se desarrolla una serie de herramientas metodológicas y analíticas para el estudio de las músicas tradicionales populares e indígenas en el subcontinente, y que incluye numerosos ejemplos musicales y comparaciones estilísticas 3.

Igualmente, la etnomusicóloga argentina Isabel Aretz (1909-2005) nos ofrece uno de los pocos panoramas publicados de la disciplina, de las instituciones, autores, grabaciones de campo, en una Historia de la etnomusicología en América Latina (Desde la época precolombina hasta nuestros días) (1991) 4. Ya mencionamos al comienzo, en una nota de pie de página en la Primera parte de este artículo, varios estados de la cuestión de la disciplina en Colombia: Martí (1961), List (1966), Smith (1982), Miñana (2000). Recientemente, Egberto Bermúdez publicó una historia de las investigaciones sobre música en la U. Nacional de Colombia, que cubre hasta comienzos de los 80 del siglo pasado: “La Universidad Nacional y la investigación musical en Colombia: tres momentos” (2006)

En cuanto a trabajos también panorámicos, pero de divulgación, esta vez editados en Colombia, se encuentran: 1) “Música aborigen de Centro y Suramérica” (1993), capítulo de Carlos Miñana en el libro Música de la tierra de Richard Carlin, cuyos nueve primeros capítulos son la traducción de la obra Man´s Earliest Music editada en 1991 por Facts on File Inc., New York. 2) Sobre el estudio de la música como hecho cultural. Un estado del arte (2005), de María Stella González de Pérez. 3) “Bailamos para no morir. Entre notas reales” (1992, 26 de noviembre) de Benjamín Yépes Ch. (sic), fascículo de la colección Crónicas del Nuevo Mundo que fue publicado como separata en el periódico El Colombiano de Medellín, es un texto basado en las crónicas de mesoamérica y que hace énfasis en el choque cultural entre conquistadores e indígenas.

Los panoramas generales sobre sobre la música indígena en Colombia publicados son básicamente dos: 1) “Música indígena colombiana” (1987) de Egberto Bermúdez, el primer trabajo serio de síntesis, comprensivo, aunque introductorio. 2) Compendio general de folklore colombiano (1977) de Guillermo Abadía Morales. La música indígena aparece en la Tesis Octava (pp. 97-159) organizada con una lógica clasificatoria que dificulta relacionar los fenómenos, como diccionario alfabético. Este es un trabajo de síntesis de toda una vida de investigación, reeditado una y otra vez, pero con numerosos problemas y errores que ya hemos señalado en publicaciones anteriores 5. No obstante hay que reconocer la labor pionera del maestro Guillermo Abadía, bogotano nacido en 1912, fallecido en enero de 2010, viajero y recolector incansable por todo el país, con grabaciones de campo especialmente entre 1962 y 1974, que con sus programas en la Radiodifusora Nacional, sus conferencias y sus cursos de folklore en el Conservatorio de la U. Nacional, nos hizo oir por primera vez la música de los indígenas colombianos y logró motivar a muchos jóvenes e investigadores a seguir sus pasos. Los vacíos en su formación, la poca rigurosidad en la recolección de los datos y en el manejo de las fuentes, hacen que sus publicaciones no sean un material confiable para el investigador actual, pero todas ellas han sido las más difundidas, llegando a los rincones más remotos del país, formando así a más de una generación en los valores del folklorismo, y dando a conocer y valorando una parte del país que había sido silenciada y despreciada 6.

También se han publicado estudios de tipo comparativo entre la música de varios pueblos indígenas, y que se orientan a construir algunos argumentos específicos, entre ellos están: 1) “Some Relationships between Music and Hallucinogenic Ritual: The ‘Jungle Gym’ in Consciousness” (1975) de Marlene Dobkin De Rios y Fred Katz. 2) “Symbol and Function in South American Indian Music” (1980) de Dale A. Olsen, centrado en la música y el chamanismo 7. 3) “El poder de los sonidos: el lugar de la música en la ideología de los Kogi y Sikuani” (1992, julio) de Egberto Bermúdez. 4) “La hermenéutica de la música amerindia y sus ancestros asiáticos” (2005, noviembre) de Lucía Rojas de Perdomo, trabajo en el cual se argumentan los orígenes asiáticos de la música amerindia 8.

Respecto a trabajos de tipo más histórico, basados en fuentes primarias, sobre la música indígena en Colombia, el panorama se reduce a los trabajos de Egberto Bermúdez (1985b, 1993, 1998-1999, 2000, 2002, 2005, 2006, además de que los folletos que acompañan sus grabaciones siempre abordan la perspectiva histórica), y a algunos escasos capítulos en monografías que abordan los antecedentes de las actuales músicas indígenas basándose en fuentes secundarias (por ejemplo, Miñana, 1994, pp. 13-63).


6.2. Los instrumentos musicales

En estudios sobre instrumentos musicales, el clásico sigue siendo la monumental obra Musical and other sound Instruments of the South American Indians (1935) de Karl Gustav Izikowitz; muy bien ilustrada, recoge exhaustivamente las menciones a los instrumentos indígenas en el subcontinente hasta esa fecha, además de revisar las extensas colecciones en museos europeos. En Colombia otra vez Egberto Bermúdez es el referente en cuanto a organología e instrumentos con varias publicaciones sistemáticas y catálogos de colecciones en museos 9 Sin embargo, el texto más consultado, citado y copiado es otra vez uno de Guillermo Abadía 1981. Instrumentos de la música folklórica de Colombia, el cual fue duramente criticado por Bermúdez en la www.ebermudezcursos.unal.edu.co/abadia.pdf. Revista colombiana de investigación musical por los numerosos errores conceptuales, de fuentes y en la descripción 1985c. Un trabajo pionero, e interesante en cuanto intenta relacionar los hallazgos arqueológicos con los instrumentos actualmente en uso entre los indígenas colombianos, es el del Director del Instituto Etnológico de la U. del Cauca, Julio César Cubillos Ch., en 1958: “Apuntes sobre instrumentos musicales aborígenes hallados en Colombia”. Está bien documentado en cuanto a trabajos etnográficos y arqueológicos colombianos, pero no tiene en cuenta a Izikowitz. Respecto a bibliografía sobre instrumentos y clasificación se basa en autores peruanos y argentinos. El tratamiento del tema es taxonómico, es decir, siguiendo la clasificación de los instrumentos (aerófonos, idiófonos…).

Vale la pena mencionar también aquí, aunque resulte claramente divulgativo, el bello catálogo que se editó para la exposición La música de la vida. Instrumentos rituales, en el Museo del Oro de Bogotá, de William Duica (1991), y más recientemente el programa de la Exposición 2001 del Museo de Museos COLSUBSIDIO en Bogotá: Instrumentos Musicales Indígenas de Colombia (12 páginas), con bellas fotos del profesor Fernando Urbina y basado en alguna literatura antropológica y –en lo musical- en los libros de Guillermo Abadía.

Puede ser de interés, por compartir con Colombia muchos instrumentos, el juicioso y extenso trabajo de Carlos Alberto Coba Andrade, Instrumentos musicales populares registrados en el Ecuador (1981 y 1992), así como el de Aretz sobre Venezuela ya citado en la primera entrega de este artículo (1991b).

Un estudio comparativo excelente centrado en los aerófonos es el de Dale A. Olsen “Aerophones of Traditional Use in South America, with References to Central America and Mexico” (2004). También hay que recordar sobre flautas de pan amazónicas el trabajo pionero de Erich M. von Hornbostel (1992) y que mencionamos en páginas anteriores 10.

En cuanto a instrumentos musicales recogidos como resultado del ejercicio arqueológico, hay algunos estudios pioneros como los de Gregorio Hernández de Alba (1938a, 1938b), también el del compositor Luis Antonio Escobar (1985), todos ellos demasiado especulativos. Un trabajo de referencia es el del etnomusicólogo Dale Olsen, Music of El Dorado. The Ethnomusicology of Ancient South American Cultures (2002), de 320 páginas. Se pueden escuchar los ejemplos musicales relacionados con este libro en su página web. La obra de Olsen, si bien está ampliamente documentada y es rigurosa descriptivamente, ha sido fuertemente criticada por “el problemático uso de la interpretación y la esencialización de las culturas” (LaBate 2003:292). Recientemente, un grupo interdisciplinario entre los que priman los arqueólogos, denominado Arqueodiversidad, en la ciudad Cali, están iniciando algunos estudios musicales sobre los materiales arqueológicos en sus colecciones. Los trabajos realizados sobre Mesoamérica son los de más trayectoria y pueden servir como modelo para avanzar en Colombia. Arnd Adje Both es uno de los investigadores hoy más activos, con una página web (http://www.mixcoacalli.com/) y una red de investigadores sobre música y arqueología. Su tesis doctoral es un trabajo a tener en cuenta, utilizando novedosas técnicas de análisis ayudándose de tomografías computarizadas: Aerófonos mexicas de las ofrendas del Recinto Sagrado de Tenochtitlan (2005) 11. Finalmente, por su afinidad y cercanía, vale la pena consultar el completo trabajo, casi un inventario, de Jaime Idrovo Urigüen, Instrumentos musicales prehispánicos del Ecuador (1987).


6.3. La pedagogía, la difusión, la documentación y la “proyección”

Respecto a la pedagogía de la música indígena, además de los ya mencionados de Londoño y Miñana, vale la pena traer aquí los trabajos pioneros de algunos integrantes del grupo musical Yaki Kandru, del que hablaremos un poco más adelante. En concreto, Jesús Quiñones (1988) venía haciendo un trabajo casi desde la fundación del grupo en el contexto de preescolar, que luego continuó con el grupo musical Totolincho. Igualmente, Germán Pinilla, inicialmente en torno a la luthería indígena como profesor en la U. Pedagógica Nacional en la carrera de música, también produjo el material didáctico Instrumentos musicales colombianos para una pedagogía musical (1973) y, posteriormente, logró de manera pionera introducir la música de los pueblos indígenas colombianos en una serie de libros de texto de música para la educación secundaria de una reconocida editorial, obra titulada ¡Música maestro! Educación estética (1985), acompañada de varios casetes con ejemplos de audio. Actualmente el profesor Pinilla es uno de los integrantes del grupo Arqueodiversidad, que mencionamos anteriormente.

Yesid Fernández y Arnoldo Niaza, instructores de teatro y música, escribieron una monografía a partir de su experiencia como talleristas en diferentes lugares del país (Caño Mochuelo –Casanare-, San Lorenzo –Caldas-, El Pital de Dabeiba –Antioquia-), la cual tuvo como título Hacia una pedagogía musical indígena. Elementos exploratorios (1994). Desafortunadamente no se describen las experiencias, sino que el trabajo se basa en cuestionarios cerrados.

Muy ligado a lo pedagógico, como acabamos de ver, ha estado el trabajo “de proyección”, como suele denominarse en Colombia a la labor que realizan grupos urbanos de músicos e investigadores para dar a conocer –casi siempre de una manera didáctica y sugerente- músicas tradicionales fuera de sus contextos y que, sin cierta mediación, no serían fácilmente aceptadas por los públicos urbanos. Yaki Kandru (1971-1984, primer LP 1976, Bogotá), conformado –entre otros- por músicos y antropólogos de la U. Nacional, fue uno de los grupos pioneros en Bogotá. Este grupo fue, a su vez una escuela de formación para sus integrantes, varios de ellos mencionados en este texto, además de su director Jorge López Palacio (antropólogo y cantante lírico), Benjamín Yepez, Jesús Quiñones, Germán Pinilla y William Duica. Gracias a ellos muchos de nosotros tuvimos una experiencia directa sonora y visual de los yapurutús con su hermosa gama de armónicos, el cacho de venado, la inmensa variedad de flautas de pan y de maracas, el maguaré…12. En Medellín, una labor similar realizó el grupo Quiramaní (1977), en el cual también participó un antropólogo estudioso de la música de los tule (Sergio Iván Carmona) y el indígena tule Abadio Green, que posteriormente sería presidente de la Organización Nacional Indígena de Colombia ONIC13. Sin embargo, ha sido en torno a la música indígena del Cauca andino donde más han proliferado los grupos: en Bogotá, Chimizapagua (1976-1985 primer LP Subiendo la montaña, Bogotá 1982, posteriormente tres discos más); luego, en Medellín, el grupo Maguaré (1978-1983)14; en Bogotá también, Chicha y guarapo - banda de flautas (1986-2009, Casete en 1993, CD en 2002); La chirimía callejera de Medellín (surgida de Maguaré en 1983), entre otros. Todos estos grupos -y muchos más- mostraron ante el país que la música de los pueblos indígenas existía, y abrieron los oídos a otras sonoridades e instrumentos que el público desconocía por completo. Este interés por interpretar música indígena decayó a mediados de los 80, época en que se desintegraron la mayoría de estos grupos.

En cuanto a la labor de documentación y difusión audiovisual, la reseña y análisis de las grabaciones supondría realizar otro artículo. No obstante nos referiremos brevemente a las fuentes e instituciones que recogen y conservan este tipo de registros por su valor patrimonial y documental para el estudio de las músicas indígenas. Contamos con una reseña bastante completa de las “misiones”, expediciones y grabaciones realizadas entre los años 40 y 80 en Colombia (ver Aretz, 1991a, pp. 245-249). Igualmente un artículo –muy sistemático y crítico- del etnomusicólogo francés Jean-Michel Beaudet que da cuenta de las grabaciones publicadas hasta los 80 sobre “Musiques d'Amérique tropicale: Discographie analytique et critique des amérindiens des basses terres” (1982)15. Ese mismo año Ronald R. Smith (1982) publicó en un estado del arte un listado completo de las grabaciones de campo en los archivos de Indiana U., uno de los más pertinentes para el caso colombiano.

Con la introducción de las grabadoras de carrete abierto, la documentación sonora recayó primero en Colombia en el nivel central, en el Instituto Colombiano de Antropología –ICAN, hoy ICANH-, desde 1960 con importantes expediciones. Publicó el LP Música Indígena y Folklórica de Colombia, Vol.1 (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología, 1976)16. De 1959 a 1966 también jugó un papel importante el CEDEFIM (Centro de Estudios Folclóricos y Musicales de la Universidad Nacional de Colombia), cuyas grabaciones e instrumentos recolectados se encuentran en el Museo Organológico Musical del Conservatorio de Música. Hay que anotar, además, que estas expediciones para grabar música en lugares remotos del país por parte de profesores y estudiantes del Conservatorio tuvieron un impacto significativo en la composición musical. Luego, en la década de los 80, la labor de documentación se ubicó en el Centro de Documentación Musical -primero adscrito a COLCULTURA y luego al Ministerio de Cultura-. El Centro de Documentación Musical ha logrado digitalizar buena parte del material relacionado con música indígena que se encuentra en sus fondos, pero éste no está bien documentado (algunas grabaciones incluso no tienen una ficha técnica básica, y hay vacíos y errores en los datos, por ejemplo en la fecha o lugar de grabación). Benjamín Yepez fue director del Centro desde 1983 a 1993; en este período se grabaron, en especial festivales y encuentros de música en varios lugares del país y se publicaron colecciones de discos en acetato, pero no especializados en música indígena. Igualmente se publicó un catálogo de las grabaciones en cinta sobre Música tradicional y popular (Bogotá: COLCULTURA-TELECOM, 1986, 99 p.) en el que se incluyen algunas grabaciones de música indígena. Así mismo, con financiación de TELECOM, publicó la Colección Música Tradicional Colombiana (cuatro discos de 45 rpm, y un LP titulado Antología de la música popular y tradicional de Colombia (Enlace no disponible), TELECOM y COLCULTURA (1985?)17 . En la década de los 90 se redujeron los recursos para el Centro y no pudieron realizarse más grabaciones de campo. Desde 1996, que asumió la dirección el músico Jaime Quevedo, hasta hoy ha habido varios intentos de diversas administraciones por acabar con el Centro de Documentación o fusionar sus fondos en la Biblioteca Nacional, donde no recibirían un tratamiento especializado, algo que es imprescindible en este caso. En estos últimos años el Centro co-financió dos CD de música indígena (Cantos embera-chamí y Nasa kuvi)18. Posteriormente hay que destacar la “Expedición Humana” de la Universidad Javeriana, que entre 1992 y 1993 visitó 37 grupos indígenas y sobre los que se obtuvieron grabaciones de campo, varias de ellas difundidas por la Fundación De Mvsica. Actualmente es esta fundación (liderada por Egberto Bermúdez, y casi siempre en asocio con organismos del Estado y ONG de carácter privado y/o comunitario para su financiación) la que lidera la producción de grabaciones de campo que se publican con estándares de calidad internacionales y acompañadas de folletos explicativos bien documentados19.

En provincia, los centros de cultura popular y escuelas de música como el Instituto Popular de Cultura en Cali, o la Escuela Popular de Arte –ya clausurada- en Medellín, contaban con importantes archivos de grabaciones, hoy en muy mal estado o desaparecidos. En la Universidad de Antioquia, como ya se mencionó, el Grupo de Valores Musicales Regionales ha organizado un fondo sonoro y documental muy bien catalogado. Existen igualmente colecciones de grabaciones en manos de investigadores particulares y coleccionistas que se están deteriorando si no son adecuadamente digitalizadas.

Se encuentran igualmente grabaciones en video de tipo documental, tanto por realizadores extranjeros como colombianos. Lo más significativo en Colombia ha sido la monumental serie Yuruparí, dirigida por la antropóloga Gloria Triana, Jorge Ruiz, Fernando Riaño y Ofelia Ramírez; producida por Audiovisuales, y grabada desde 1982 a 1987 con financiación de Focine. Se filmó en 16 mm, aunque terminó editándose en video 20. El surgimiento de las televisiones regionales después de 1985 (iniciando con Teleantioquia, Telecaribe y Telepacífico) ha propiciado actualmente la proliferación de programas locales entre los que hay excelentes producciones sobre música de los indígenas en Colombia (ver películas colombianas en Proimágenes Colombia, un portal con una completa base de datos sobre las películas colombianas y documentales. Y en Cine Latinoamericano, un portal sobre video indígena latinoamericano y caribeño). Igualmente, las universidades han creado sus productoras desde finales de los 80. Recientemente son algunos de los mismos indígenas los que están grabando sus discos y filmando documentales sobre su música y rituales.

Finalmente, se inicia con el siglo XXI la difusión a través de Internet de la música, los audiovisuales y la producción académica sobre los pueblos indígenas colombianos. El portal de la Biblioteca Luis Ángel Arango ha sido el pionero, digitalizando obras impresas y grabaciones que estaban en acetato. En la U. Nacional encontramos también los portales del profesor Egberto Bermúdez con abundante material en texto y audiovisual, su blog personal, y COLANTROPOS. Colombia en la antropología, portal fundado y dirigido por C. Miñana), con una sección dedicada a la música, y con otra zona de materiales audiovisuales. Los indígenas están también subiendo sus videos en You-tube y tienen sus páginas web. No conocemos todavía un blog o un foro virtual especializado en música indígena colombiana, pero estamos seguros de que pronto aparecerá. También gracias a Internet se ha facilitado el acceso a publicaciones en el extranjero sobre la música de los pueblos indígenas en Colombia y a las grandes bases de datos de las revistas académicas más reconocidas. La revista A Contratiempo, ahora digital, es un caso más de la profunda transformación de los medios académicos y de información.


7. Conclusiones

Los misioneros, naturalistas y viajeros, inicialmente, y luego los antropólogos van a ser los estudiosos que van a permanecer por períodos prolongados en territorios indígenas y que van a documentar y producir diferentes escritos sobre aspectos socioculturales, entre ellos la música. No es casualidad que uno de los primeros balances de la música indígena colombiana haya sido del padre capuchino Fray Francisco de Igualada, publicado en 1938. Por su parte, muchos trabajos antropológicos han tomado con seriedad el fenómeno sonoro en los pueblos indígenas como mediador y constitutivo de la sociabilidad, así como ligado al simbolismo y al rito, aunque no hayan realizado estudios propiamente musicológicos o etnomusicológicos (Por ejemplo, el excelente trabajo de Hugh-Jones o el de los mitos cantados de los uwa de Ann Osborn).

Algo que habría que analizar con más detalle es una cierta especialización histórica de algunos países extranjeros para estudiar algunas regiones y pueblos indígenas, especialmente en la primera mitad del siglo XX: alemanes y franceses en el Amazonas, suecos con los tule y embera, venezolanos con los wayuu… La hegemonía norteamericana en la segunda mitad del siglo XX es indiscutible, y coincide con la consolidación de la etnomusicología como disciplina impulsada desde la academia de EEUU 21. En América Latina la hegemonía entre los años 70 y 90 estuvo en Venezuela por el papel que jugó el INIDEF y la financiación de la OEA con un enfoque más cercano a los estudios folklóricos y a la musicología comparada centroeuropea que a la etnomusicología norteamericana, así usaran el término “etnomusicología” en sus publicaciones. Sin embargo, hay que reconocer la creciente importancia del Brasil, que se ha ido fortaleciendo en la disciplina especialmente desde la década de los 90 y apunta a ser la comunidad académica más consolidada en el subcontinente hacia el futuro cercano.

Es igualmente interesante descubrir el vacío de prácticamente 40 años en la producción en Colombia sobre música indígena después del trabajo de Igualada (1938) (ver tabla adjunta). Así mismo hay que señalar que las primeras publicaciones no surgen propiamente de una iniciativa local, sino de movimientos externos, como el llamado “americanismo musical” de Curt Lange en los años 30. La influencia del folklorismo latinoamericano en la República Liberal (que se impuso prácticamente por decreto al magisterio con la Encuesta Folclórica Nacional de 1942 y la Comisión Nacional de Folklore, Silva 2005) no va a llegar a la música indígena sino muy posteriormente. Hay que esperar hasta los años 70, gracias a la labor –enmarcada claramente en el folklorismo- del maestro Guillermo Abadía Morales, al interés de algunos jóvenes por la música indígena vinculado a un proyecto político (grupo Yaki kandru), y gracias a las luchas del movimiento indígena de finales de los 60 y comienzos de los 70. Va a ser también el impacto del INIDEF en Venezuela, fundado en 1970 y que formó a varios investigadores y músicos colombianos como María Eugenia Londoño, Benjamín Yepez, Manuel Benavides, entre otros. Esta ebullición de los años 70 en torno a la música indígena no se va a concretar en investigaciones y producciones discográficas sino hasta los años 80, investigaciones que van a ser publicadas –cuando lo lograron- en la década de los 90 22.

Si dejamos por fuera las publicaciones en el extranjero (ver tabla), la década de los 80 y los primeros años de los 90 van a ser los más fecundos en cuanto a trabajos de campo (9 en los 80, y los 5 de los años 90 se hicieron antes de 1994); la situación de violencia desatada por el surgimiento del paramilitarismo que produjo numerosas masacres y desplazamiento entre los pueblos indígenas, hizo que se volviera una misión casi suicida el trabajo de campo en buena parte del país. Se vuelve a apreciar un incipiente interés en las nuevas generaciones en la década del 2000 (5 de los 6 trabajos de campo de esta década son tesis de pregrado o maestría) y no sólo en las universidades públicas (el liderazgo de la Nacional ha sido patente), sino también en las privadas o en las que no tenían una tradición en estos temas.

En cuanto a publicaciones, el balance –restringiéndonos a las realizadas en Colombia- muestra que propiamente se inician en la década de los 80, con cinco artículos, un libro (inédito) y dos tesis de pregrado (una publicada y una inédita). Muchos de los trabajos de campo realizados en los 80 y comienzos de los 90 van a convertirse en publicaciones o en tesis en la década de los 90 y, aunque no va a haber trabajos de campo, sí se van a duplicar las publicaciones: cuatro artículos, tres libros, un libro inédito y cuatro tesis de pregrado. En la actual década se ha mantenido la producción: cinco artículos (los artículos se incrementaron y tomaron un carácter más teórico o comparativo, no tan descriptivo), cuatro libros, una primera tesis de maestría publicada y siete tesis de pregrado inéditas.

Es muy interesante analizar lo sucedido con las grabaciones en Colombia. De los cilindros de cera se pasó a los discos en los años 30. Una primera revolución estuvo en las grabaciones magnéticas de cinta con los equipos que se importaron con la Comisión Anglo-Colombiana en 1960. Desde entonces, el proceso se ha ido democratizando cada vez más: primero con las grabadoras portátiles y a casete con pilas, y luego con las grabadoras digitales. Estas transformaciones se aprecian claramente en la tabla adjunta. Se publica el primer CD digital a finales de los 80; en los 90 convivirán las tres tecnologías: CD, LP de acetato y casete; después del 2000 el CD desplazará a los acetatos y a los casetes y se volverá habitual incluir una grabación digital en las tesis. Los discos, cuando son de calidad, cumplen un papel de revaloración, autoestima y reconocimiento de las músicas indígenas, aunque no hay una política pública en este sentido. Con los procesos de democratización de estas tecnologías, algunos indígenas están ahora produciendo sus discos –ya desde 1992-, especialmente con sus “nuevas” músicas y a cargo de los jóvenes, no con las tradicionales y con los ancianos. Finalmente vale la pena señalar que, a pesar del abaratamiento de los equipos, en la actual década no ha aumentado significativamente la producción, tal vez por la emergencia de un nuevo fenómeno que está poniendo en crisis la industria discográfica: la piratería y el Internet. En estos momentos está iniciando un proceso para “subir” grabaciones –antiguas y contemporáneas- en formato mp3 en la web para acceso público o para su venta.

Sobre las investigaciones publicadas en Colombia, la mencionada tabla evidencia el inmenso vacío sobre la música de los pueblos que habitan la Orinoquia y el Pacífico. Sobre el Pacífico sólo se ha realizado hasta ahora un trabajo de campo que condujera a un libro de carácter musicológico o etnomusicológico, y correspondió más bien a la zona andina, que a las tierras bajas que caracterizan esta región. Y sobre la Orinoquía no hay ningún libro publicado, y sólo una grabación monográfica en casete producida hace más de 20 años. El interés de los tesistas de esta década en curso se ha concentrado en las regiones caribeña y amazónica, dejando muy mal paradas las otras regiones 23.


Tabla 1
Aunque cada trabajo investigativo es único, vale la pena intentar caracterizar algunas tendencias. En una publicación anterior (Miñana, 2000) mostré cómo las investigaciones sobre música popular tradicional que se consideraba “colombiana” en la segunda mitad del siglo XX se produjeron básicamente desde las siguientes perspectivas no siempre mutuamente excluyentes o radicalmente diferenciadas: a) folclorista; b) musicológica; c) desde las ciencias sociales y la lingüística; d) desde la etnomusicología; e) pedagógica; f) desde los estudios culturales. En cuanto a los estudios sobre la música de los pueblos indígenas, el folclorismo ha perdido legitimidad en el mundo académico desde hace años, así algunos textos sigan teniendo amplia difusión y se sigan consultando, como los del maestro Abadía. La mayoría de los trabajos en estos últimos años no han adoptado posiciones puristas o folcloristas, reconociendo e intentando interpretar los cambios culturales y las transformaciones que se están produciendo en las músicas de los pueblos indígenas. Los estudios culturales, por su parte, todavía no han incursionado en este campo. Quedan, pues, los énfasis disciplinares en la antropología, la lingüística, la musicología, y esa especie de fusión de las tres que sería la etnomusicología. Igualmente el enfoque pedagógico sigue siendo significativo.

Insistiendo en que no se puede generalizar, se aprecia con frecuencia que los trabajos más antropológicos suelen basarse en un campo prolongado, a la usanza de la disciplina y de la etnografía; en muy pocos casos el investigador es el que realiza la transcripción y el análisis musical, lo que produce una evidente desarticulación entre análisis musicológico y sociocultural. Los trabajos más musicológicos, por el contrario, están basados en estadías de campo menos prolongadas, o de rescate (expediciones de grabación); el contexto y la perspectiva sociocultural provienen en estos casos de la revisión de la literatura antropológica y de fuentes documentales, y las transcripciones musicales son realizadas por los mismos investigadores. En algunas ocasiones superan el nivel descriptivo y logran acercamientos analíticos y/o interpretativos. También hay trabajos –de un lado y del otro- meramente “de rescate” o de documentación sin investigación.

Esta tensión que hemos encontrado en el caso colombiano aparece en muchas ocasiones en la historia de este tipo de estudios, como por ejemplo a fines de los 50 en EEUU: los antropólogos, liderados por Alan Merriam (1923-1980) y los musicólogos, por Mantle Hood (1918-2005) (Myers, 1992, p. 25). Esta tensión se reproduce también al interior de la misma etnomusicología en la ruptura que supone la posición de Simha Arom (más musicológica) y John Blacking (más cultural) (Pelinski, 1995), dualismo que se mantiene incluso hoy en uno de los países con mayor desarrollo en este campo como Brasil (Menezes, 2010, en este mismo número de A Contratiempo).

Los trabajos lingüísticos relacionados con los cantos son la mayoría de las veces muy descriptivos (transcripciones y traducciones), aunque hemos visto algunos trabajos interesantes orientados al análisis del discurso. Lo musical suele ser inexistente o secundario, nunca el transcriptor musical –cuando lo hay- es lingüista, y no es frecuente articular el análisis musicológico con el lingüístico.

En cuanto a los estudios vinculados a procesos educativos, éstos se orientan a la etnoeducación o a la educación propia, en forma cooperativa con maestros bilingües y líderes culturales locales, duran varios años, y siempre son interdisciplinarios. La mayoría de las veces se posicionan críticamente respecto a las políticas educativas estatales y se orientan al empoderamiento de los mismos indígenas en sus procesos culturales e identitarios. Han sido muy significativos y valiosos los trabajos cooperativos entre investigadores universitarios e indígenas de tipo aplicado pero que no renuncian a la rigurosidad (María E. Londoño, premio Casa de las Américas; trabajo con los nasa…). Algunos indígenas están empezando a escribir sobre sus músicas. Los procesos de re-etnización requerirían estudios en este sentido.

A diferencia de los trabajos de extranjeros que suelen ser tesis doctorales y de maestría de prestigiosas universidades, la producción académica propiamente colombiana ha surgido básicamente de: a) tesis de pregrado en antropología, con trabajo de campo (U. Nacional y U. de los Andes; después del 2000 están apareciendo algunos trabajos de otras disciplinas como música o ingeniería de sonido, y universidades privadas; hasta ahora hay nula o muy escasa producción de trabajos de posgrado porque éstos son todavía escasos) 24; b) investigaciones de profesores universitarios con o sin financiación (normalmente responden a iniciativas individuales, no de grupos); c) procesos de investigación aplicada en colaboración y cofinanciación con los pueblos indígenas. Lamentablemente, la mayoría de las monografías de pregrado terminan allí, y los graduados no continúan produciendo investigaciones en estos temas, en parte por falta de financiación y oportunidades laborales en este campo, y en parte por no existir posgrados.

La investigación musicológica ha sido hasta ahora muy descriptiva. Son todavía escasos los trabajos más teóricos, sistemáticos y centrados en argumentos o en problemas específicos (ej. Bermúdez, Lucía Rojas, Miñana). La traducción de textos clásicos de la etnomusicología para los investigadores y para los procesos de formación (por ejemplo el publicado por Trotta en Madrid bajo el título Las culturas musicales), y el acceso a las revistas especializadas gracias al Internet y a las bases de datos en línea, sin lugar a dudas van a tener un impacto positivo para conectar la producción colombiana con los debates teóricos internacionales. Igualmente en la década de los 90 se realizaron traducciones de algunos textos clásicos del alemán (Preuss, Koch-Grünberg), labor que debería continuar para poner al alcance de los jóvenes esos textos de gran valor y para facilitar la perspectiva histórica en los nuevos estudios. Igualmente hay una abundante y valiosa producción sobre Colombia o sobre pueblos indígenas en zonas fronterizas, en el extranjero, de difícil acceso y/o que no ha sido traducida.

Estas debilidades en la producción académica y audiovisual se relacionan directamente con la débil institucionalización del campo. Algunos espacios institucionales de los 80 fueron el ICAN –hoy ICANH-, el Centro de Documentación Musical de COLCULTURA –hoy del Ministerio de Cultura-, las becas de investigación COLCULTURA Francisco de Paula Santander desde 1987 25, el Banco de la República y algunas universidades públicas (especialmente U. Nacional 26 y de Antioquia). También fue importante la influencia del INIDEF desde Venezuela, tanto en investigación como en formación de investigadores. En provincia jugaron un papel fundamental los Institutos de Cultura (especialmente en Cali y Medellín) y los Fondos Mixtos de Cultura. Sin embargo, estos espacios son cada vez menos estructurados, han sido en algunos casos eliminados, o debilitados, tercerizados (outsourcing) y cuentan con menos recursos. Hoy hay algunas iniciativas incipientes en unas pocas universidades privadas, más por interés de los investigadores que por políticas institucionales. A pesar de la presión de COLCIENCIAS para que los investigadores de las universidades se constituyan como grupos, muy pocos funcionan como tales, así formalmente aparezcan constituidos en las bases de datos de esta entidad 27 27.1 . Una alternativa viable ante la complejidad de la investigación de este tipo de músicas –y dado que hay muy pocos investigadores que puedan articular la musicología, la antropología y la lingüística- es conformar grupos interdisciplinarios, como hizo el grupo dirigido por María Eugenia Londoño en Medellín (Valores Musicales Regionales) en su trabajo sobre los embera-chamí.

No hay espacios de formación especializados. Los antiguos cursos de folklore, ya desaparecidos en las grandes universidades todavía se ven en provincia; ahora hay algunos cursos sobre etnomusicología en universidades, pero aislados, ocasionales y electivos. No hay líneas de profundización, especializaciones o maestrías en este campo –únicamente la recién aprobada Maestría en Musicología en la U. Nacional-, lo cual acentúa la fractura entre antropología, lingüística y musicología. Es claro que la complejidad de las músicas indígenas exige un trabajo interdisciplinario por lo menos entre esas tres disciplinas, y un estudio de esa complejidad corresponde a un nivel de maestría o de doctorado, como ha venido sucediendo desde hace años en la academia norteamericana o europea, y desde los 90 en la brasileña. Es igualmente significativo el regreso en los últimos diez años de colombianos con formación de maestría o doctorado en musicología o etnomusicología en el extranjero, que fortalecerán una comunidad académica y permitirán competir por recursos para investigación en las bolsas de las escasas entidades financiadoras y en las universidades.

Ligada a la desinstitucionalización del campo, está la ausencia de publicaciones periódicas especializadas, series o colecciones editoriales. Hoy hay únicamente tres revistas universitarias de arte, de periodicidad anual y que a veces incluyen artículos sobre música. La de más trayectoria, Ensayos. Historia y teoría del arte, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la U. Nacional; El artista. Revista de investigaciones en música y artes plásticas de la U. de Pamplona que inició en 2004 y que presenta artículos de desigual calidad ; Cuadernos de música, artes visuales y artes escénicas, de la Facultad de Artes de la U. Javeriana de Bogotá, también iniciada en el 2004. Está también la posibilidad de publicación en revistas extranjeras que reciben artículos de etnomusicología (en castellano, especialmente Latin American Music Review ,y Trans.

Como lo hemos reiterado a lo largo de este texto –y ya que el vacío más notorio entre nosotros se encuentra en lo musicológico, no tanto en lo antropológico- consideramos que hacia el futuro habría que fortalecer las investigaciones con una perspectiva más afín a Arom que a Blacking, aprovechando los excelentes estudios antropológicos y lingüísticos ya existentes. Compartimos el planteamiento de Beaudet (1993), cuando se refiere a los estudios amazónicos: “En la antropología de hoy, me parece todavía necesario sostener esta tesis: la música es un sistema de representaciones como cualquier otro, con todas las de la ley, que ha sido relegado a otros sistemas, por ejemplo el religioso o la organización social, sin que sea posible establecer relaciones sucesivas entre los unos y los otros. La relación entre música y sociedad parece cada vez más inseparable de la cuestión del sentido musical y reenvía así a temas fundamentales tales como la forma de los discursos, siendo ella misma portadora de significaciones” (pp. 529-530).

Aunque en estos veinte últimos años se ha avanzado, la producción ha sido precaria, y la mayoría de los pueblos indígenas de Colombia -que hoy suman más de 1’300.000 de personas y que cuentan con una riqueza y diversidad musical importantes-, no cuentan ni siquiera con una monografía, ni con una grabación de campo profesional sobre su música, algo que países latinoamericanos como México o Brasil lograron hace ya veinte años, o Perú en estos últimos diez años. Por eso sigue siendo importante la labor de documentación y de registro riguroso.

Igualmente pensamos que hacia el futuro habría que trabajar más la relación música e historia en los estudios sobre músicas indígenas, así como realizar comparaciones con grabaciones y publicaciones anteriores. Esto permitiría miradas más procesuales y menos esencialistas, y tal vez entender mejor las actuales transformaciones. Los indígenas de hoy, como los de ayer, se apropian de músicas no vinculadas a las prácticas tradicionales, porque también están emergiendo nuevas prácticas y nuevas relaciones con los otros pueblos y con la sociedad mayoritaria.

Viendo en la tabla anterior los totales de la producción académica, publicaciones y grabaciones el panorama es desalentador si se piensa lo poco que se ha hecho, pero estimulante si se considera todo lo que se puede y falta por hacer.

El estudio, conocimiento y difusión de las músicas indígenas no sólo es importante para los mismos pueblos indígenas, para sus procesos identitarios y educativos, y para su reconocimiento por la sociedad mayoritaria, sino también para todos nosotros, para entender de otra forma nuestras maneras de hacer música y para reconocer la riqueza y diversidad del “musicar”, como diría Cristopher Small (1999). En una época de globalización y de expansión de las industrias culturales, y más allá de las modas de la World music, el acercamiento con profundidad a las formas de hacer de los pueblos indígenas sigue siendo una fuente de conocimiento, de experiencia y de innovación. Poco a poco y en forma silenciosa, los trabajos etnomusicológicos de los últimos treinta años están abriendo nuevos caminos y nuevas herramientas teóricas para –desde la música y lo sonoro- pensar la sociedad, el individuo, la identidad, el cuerpo, la sensibilidad, la emoción, el lenguaje, la cognición y el aprendizaje, el territorio y el espacio, el simbolismo, la religión y el poder.


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1. En 1999 se publicaron los cinco primeros tomos, en el 2000-01 los tomos VI, VII y VIII y en 2002 los tomos IX y X.

2. Sobre los problemas académicos y administrativos en la organización de esta monumental obra, la revista Da Capo publicó en mayo de 1990 una entrevista a Egberto Bermúdez con el título “Racismo musicológico en el Vº Centenario” (esta entrevista se reprodujo en Colombia en la revista A Contratiempo 7(1990)5-11; en ese mismo número -páginas 132133- los investigadores a cargo en ese momento del Diccionario en Colombia publicaron su renuncia). Notas similares aparecieron por la misma época en el diario madrileño El Sol (Ruth Zauner. “Iberoamérica es aún el pariente pobre”, 4 de junio de 1990) y en Colombia en la revista Semana (“Criollos contra chapetones”, Nº 436, septiembre 11-17 de 1990). 2.1. Para no reiterar los argumentos de dichas publicaciones, nos referiremos únicamente a lo que aparece finalmente en las voces del Diccionario, pues afirmaciones tan fuertes como las anteriores ameritan un breve comentario. En primer lugar, la participación colombiana en el Diccionario tuvo un carácter sesgado y personalista; por ejemplo, la biografía del director por Colombia de la obra, Benjamín Yepez, aparece con un extenso artículo de dos columnas completas (una página), con fotografía, y firmado por Emilio Casares, el director general de la obra. Igualmente se incluye un artículo sobre el departamento en el que nació Benjamín Yepez, Nariño, de tres columnas, mientras que los demás departamentos de Colombia, incluyendo los que tienen una mayor relevancia musical (por ejemplo, Cundinamarca, Antioquia, Bolívar…), no son nombrados.

2.2. En cuanto a la música de los pueblos indígenas, sin un criterio muy claro, se privilegian unos y se ignoran por completo otros. Por ejemplo, los uitoto, los awá, los kogi (ocho columnas) y los wayúu son los privilegiados, con artículos de tres o más columnas, y numerosas referencias puntuales con otras entradas (por ejemplo hay una entrada titulada Kalivirnai, para señalar que es el nombre del árbol de los alimentos en la mitología guahiba y del cual surgieron –entre otras cosas- los instrumentos). Otros pueblos como los embera, bora, andoke, desano, guambiano, inga, kamsá, karijona, makuna, nasa o paez, tikuna, uwa o yanacona –entre otros-, no son mencionados. El criterio de por qué se le da un tratamiento extensivo a un pueblo, y a otro no, no tiene relación con el número de su población (los nasa son la segunda población más numerosa), ni con la existencia de investigaciones que den cuenta de sus músicas (sobre los awá no se cita ninguna monografía pero sí se escribe un artículo, mientras que ya hemos visto que sobre los nasa o bora hay libros, grabaciones y artículos publicados). La mayoría de los artículos dedican gran parte de su extensión a consideraciones generales sin entrar a la descripción o al análisis de las prácticas musicales. 2.3. Algunas entradas, incluso, no referencian ninguna fuente o bibliografía (ver, por ejemplo, bari). Sobre pueblos como los cuna o tule, que hay una excelente producción etnomusicológica desde hace muchos años como hemos visto anteriormente, y con una riqueza musical destacable, el Diccionario presenta un artículo de una columna (incluyendo una foto de dos mujeres –que no realizan ninguna actividad musical-) en el que se dice únicamente respecto a la música: “Entre sus instrumentos musicales se encuentran el kamupurrui, las flautas ki, el suara, el koke, el kunli, el soske, el kamusuit, el toto y el nassi. Entre sus cantos, destaca el muu igala, y entre sus fiestas las principales son: asumakett inna, sumbaina e inatumadi.

2.4.Se considera que fue Ibeorgum quien trajo la música a los cuna” (se cita únicamente como fuentes una etnografía general de Wassén de 1949, y dos tesis de pregrado, una de Herrera de 1969 sobre organización social y otra –que mencionamos anteriormente- de Jaramillo en 1986. No menciona ni los excelentes y numerosos trabajos de Smith, ni el de Garay, ni el de Carmona, tal vez el único trabajo serio publicado en Colombia). No consideramos necesario mostrar otros ejemplos ni ahondar en frecuentes errores que se presentan, para concluir lo poco pertinente que es esta obra desde el punto de vista académico en cuanto a la música de los pueblos indígenas de Colombia. Sobre otras temáticas de la vida musical colombiana, habrá otras personas más indicadas para valorar su pertinencia y calidad.

3. Un trabajo previo del mismo autor, también de tipo comparativo sobre la escalística es “Formaciones escalísticas en la etnomúsica latinoamericana” (1969).

4. Para un panorama mundial y sobre los actuales debates en torno a la etnomusicología, ver el artículo “Ethnomusicology” escrito por Carole Pegg, Helen Myers, Philip V. Bohlman y Martin Stokes en The New Grove Dictionary of Music and Musicians (2001) de 29 volúmenes. Desde los años 50 del siglo pasado, la etnomusicología se convirtió en la disciplina que asumió diferentes tradiciones de investigación sobre músicas “no occidentales” en distintas partes del mundo (como por ejemplo la “musicología comparada” centroeuropea, o los estudios folklóricos en el Este europeo), aproximando la musicología a la antropología social y cultural en su enfoque comprensivo y en sus métodos de trabajo de campo. Es necesario aclarar que el hecho de que la etnomusicología haya abordado en forma sistemática las músicas de los pueblos indígenas y de las sociedades no occidentales desde los años 50, no quiere decir que su objeto –especialmente hoy- se reduzca a éstas. Actualmente la etnomusicología se parece a una “antropología de la música” y aborda todo tipo de músicas en todo tipo de grupos humanos –no sólo las “étnicas”-, especialmente desde su dimensión más performativa.

5. Lo que aparece sobre música indígena en otros autores como Octavio Marulanda o Javier Ocampo se basa fundamentalmente en el trabajo de Abadía. Ver Miñana (2000). Ver también los problemas en el manejo de las fuentes en Miñana (1994). Y también las demoledoras críticas en algunas publicaciones de Egberto Bermúdez y Ana María Ochoa, por ejemplo en “Tradición, género y nación en el bambuco” (1997).

6. En el ámbito internacional, hasta los años 80 el autor más reconocido en los estados del arte era Guillermo Abadía. Ver, por ejemplo, Smith (1982).

7. Incluye una partitura de un canto chamánico kogi para producir la lluvia, a partir de una grabación de Manuel Benavides.

8. Valdría la pena explorar las relaciones entre las músicas amazónicas y mesoamericanas con las de Melanesia, entre las que encuentro bastantes afinidades.

9. Ver Bermúdez (1985a), obra de 126 páginas en donde casi la mitad –páginas 15 a 65- están dedicadas a los instrumentos indígenas. Ver también el Catálogo de la Colección de instrumentos musicales del Conservatorio de Música (2004) de la Universidad Nacional de Colombia, disponible en versión electrónica; el catálogo Colección de Instrumentos Musicales José I. Perdomo E. (1987b); “'Las clasificaciones de instrumentos musicales y su uso en Colombia” (1985d); “'Instrumentos musicales guayúes (1994).

10. En el segundo volumen de la obra de Theodor Koch-Grünberg Dos años entre los indios (publicada en 1909) el anexo “Acerca de algunas flautas de pan del noroeste de Brasil”, un estudio sistemático de su afinación y escalística.

11. Hemos sabido que existe el libro Musik aus dem Altertum der Neuen Welt : archäologische Dokumente des Musizierens in präkolumbischen Kulturen Perus, Ekuadors und Kolumbiens (1990) de E. Hickmann, aunque no hemos tenido oportunidad de conocerlo. Sin duda sería también de mucho interés para la temática. El trabajo de Aretz (2003) sobre música prehispánica es útil para el cono sur, pero contiene pocas referencias a Colombia.

12. Este grupo, como casi todos los de la época, ejercían la militancia política de izquierda. Un ejemplo de su discurso, tomado de una revista cultural llamada Teorema. Arte y literatura (N. 7, octubre-noviembre de 1976, Bogotá, p. 30): “El objetivo primordial de nuestro trabajo consiste en plantear a las organizaciones revolucionariss de obreros, campesinos, indígenas, maestros y estudiantes, la necesidad urgente de recuperar e imprimir una nueva dinámica a la creatividad de los trabajadores, sobre las bases sólidas del materialismo dialéctico e histórico, la estética marxista y de acuerdo con los procesos de liberación nacional y continental”. En otra parte del artículo plantean los ejes de su trabajo: lo antropológico, lo pedagógico y lo político. En lo antropológico rechazan “la antropología burguesa (…) racista, aparentemente apolítica. Es la Antropología que practican el Instituto Colombiano de Antropología y el Instituto Lingüístico de Verano”. Igualmente critican el folklorismo por fetichista. Este tipo de discurso, por demás, era muy común en los contextos universitarios y culturales de la época.

13. En el Encuentro Nacional de Folcloristas realizado en Medellín en septiembre de 1981 en el que se planteó de forma contundente en la comunidad de investigadores el enfrentamiento claro entre el folclorismo y otros enfoques de investigación (ver Miñana, 2000), Quiramaní llevó una de las mejores ponencias, que entregó multicopiada: Experiencia musical dentro de la comunidad cuna, 24 pág.; allí puede verse el trabajo investigativo del grupo, algo que no es tan explícito en la monografía de Carmona. Para ver las posiciones estéticas y la manera como entendía este grupo su trabajo de proyección con la música cuna puede verse el artículo “Propuesta experimental sobre la música indígena (La música cuna, una base analítica)”, 1994, p. 227-235, en el que todos los textos de la bibliografía son editados en Cuba.

14. Maguaré no grabó ningún disco, pero el compositor, flautista y director de orquesta Juan Fernando Franco que era integrante del grupo ha compuesto varias obras sobre la música indígena del Cauca andino, sinfónicas y de cámara. En cuanto a producción discográfica hay algunas obras sueltas en varios de sus discos, en especial en el CD Flautas, 2001, Producciones Franco Duque, Medellín. Una de las producciones discográficas más recientes es en torno a flautas y ocarinas precolombinas del Museo Arqueológico de Medellín.

15. En este artículo se da cuenta de grabaciones de música desde 1912 –entre otros- de los arwaco (1), bara (1), barí (1), catío (1), chocó (1), tucano oriental (1), cuna (3), desana (1), guajiro (4), yagua (1), ika (2), kogi (1), kubeo (1), maku (1), makuna (1), noamá (1), paez (1), piaroa (2), piratapuya (1), puinave (2), sibundoy (1), tucano occidental (1), tatuyo (1), tucano (3), tikuna (1), tunebo (1), tuyuka (1), wanana (1), witoto (2), yaruro (2), yekuana (4), yukpa (2). La mayoría de las grabaciones se realizaron en Venezuela y en Brasil.

16. En el ICANH se encuentran algunos documentos muy interesantes para reconstruir esta historia. Por ejemplo, el proyecto de la Expedición Anglo-Colombiana 1960-1961 presentado por el antropólogo y geógrafo británico Donald Taylor, el antropólogo colombiano Néstor Uscátegui y el geólogo británico Brian Moser como “jefe”, con un presupuesto total de 74.000 pesos colombianos de la época, incluyendo la compra y transporte de los equipos en Gran Bretaña (20.000 pesos); las grabaciones originales se encuentran en la British Library (82 cintas), y una copia digital en el Centro de Documentación Musical del Ministerio de Cultura. Igualmente se encuentra un informe fechado en 1966 de las grabaciones y viajes realizados por el técnico Carlos Garibello Aldana desde 1962, que asumió los equipos de la expedición anterior. Afortunadamente las cintas de estas expediciones se encuentran digitalizadas y se conservan en el Centro de Documentación Musical del Ministerio de Cultura que actualmente se ubica en la Biblioteca Nacional de Colombia.

17. En esta Antología se incluyen cuatro melodías indígenas (de un total de 14 temas): Melodía en suaras, de los tule, 1974; Are pare bato, de los guahibo, 1974; Jurecana bitene, de los murui-muinane, 1979; y Brisas del Cauca, un bambuco de la “Chirimía de Río Blanco”, 1981, de la que se afirma que está “integrada por miembros de la Comunidad Paez”, aunque en realidad es un conjunto de campesinos que vivían en Popayán desde hace muchos años, y no paeces o nasa.

18. En cuanto a los fondos de música indígena, hay que destacar que el Centro recoge el mayor volumen de grabaciones de todo el país, y en el que se encuentran digitalizadas las grabaciones de prácticamente todas las misiones internacionales que hemos mencionado anteriormente, las del Instituto Colombiano de Antropología, y del CEDEFIM. Este material está hoy catalogado en bases de datos especializadas. Igualmente cuenta con un fondo que se adquirió a Guillermo Abadía Morales (grabaciones entre 1962 y 1974 a 28 pueblos indígenas diferentes, pero en mal estado de conservación), así como las grabaciones de Benjamín Yepez y el técnico José Leonte Plaza en la década de los 80. El conjunto de estos fondos suma más de 150 horas de música indígena de gran valor patrimonial, pero hay todavía muchos problemas en su documentación pues hasta mediados de los 90 las grabaciones no se reseñaron en forma adecuada y técnica, como ya señalamos anteriormente. La inmensa mayoría de las músicas grabadas no han sido publicadas ni estudiadas.

19. Anteriormente, Bermúdez había liderado la antología más ambiciosa publicada en el país, tanto por su duración como por el tiraje: Música Tradicional y Popular Colombiana, colección de 12 LP, con fascículos a todo color, Procultura, 1987. Esta colección, no obstante, no incluyó grabaciones de música indígena aunque estaban planeadas, pues Procultura quebró antes de terminar la edición. Veinticinco años antes se había publicado otra antología importante, el Cancionero noble de Colombia de Andrés Pardo Tovar (Bogotá: Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, 1962, 3 LP. Reedición en CD doble en 1999) y tampoco había incluido ninguna grabación de música indígena.

20. Kilómetros de cinta que no fueron incorporados en los videos finales reposan en las bodegas de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, tienen gran valor patrimonial y son de interés para los investigadores.

21. Ya en 1962, Andrés Pardo Tovar lo decía “si la primera mitad del siglo XX, por lo que dice a investigación sistematizada del fenómeno musical, corresponde al primado de la musicología, la segunda mitad del mismo siglo lleva camino de ser la época dorada de la etnomusicología” (p. 3). Este texto responde tal vez a la necesidad de preparar el ambiente para la I Conferencia Interamericana de Etnomusicología que se iba a realizar en 1963 en Cartagena de Indias. Sin embargo, a pesar de ese evento de primer nivel, poco caló en los estudiosos colombianos la propuesta pues, como veremos a continuación, siguieron primando los estudios folkloristas –ni siquiera la musicología comparada-, hasta casi finalizar el siglo XX.

22. Por ejemplo, uno de los trabajos de Benjamín Yepez se inició en 1977, y se publicó en 1984. El trabajo de María Eugenia Londoño se realizó a mediados de los 80 y se terminó en 1990. Fue premiado en 1993, se grabó un CD en 1998, y se publicó en el 2000. El de Miñana con los nasa se inició en 1980, se terminó en 1992, se publicó en 1994 y se grabó un CD en 1998. Ver la publicación ya citada de Bermúdez (2006) sobre la historia de la investigación musical hasta esta época. Si bien está centrado en la U. Nacional, es un buen reflejo de la situación y de las influencias internacionales.

23. Sería interesante analizar el porqué se presenta este abandono académico de esas dos regiones, fenómeno que además coincide con la producción antropológica. En una investigación inédita de Elizabeth Bernal y Joshua S. Pimiento, antropólogos de la U. Nacional, titulada Un espacio para la etnografía. Cartografía de las Etnografías en Colombia, 18 p. (2004?), comparan en qué regiones se centró el trabajo de la primera y segunda generaciones de antropólogos en Colombia (la primera, los pioneros que dieron inicio al Instituto Etnológico Nacional como Rivet, Hernández de Alba, Shottelius, Duque Gómez; la segunda los egresados que iniciaron trabajo desde 1942 como Reichel, Friede, Ochoa, Pineda, Chaves y Bernal); curiosamente las dos regiones más abandonadas por las dos generaciones son precisamente éstas. Además se aprecia cómo en el Caribe las investigaciones se centraron casi exclusivamente en la Sierra Nevada y en la Guajira.

24. Con las reformas educativas en la educación superior de estos últimos años se quiere orientar la investigación hacia la maestría y el doctorado, con lo que se han suavizado las exigencias académicas de los trabajos de grado en pregrado. Se percibe una diferencia significativa entre las monografías de los años 80 y 90, y las del siglo XXI, no sólo en el número de páginas, sino en la duración del trabajo de campo. Por esto es tan importante la creación de posgrados en musicología con líneas de investigación en etnomusicología. En 2009 se aprobó la primera Maestría en Musicología en Colombia, en la Universidad Nacional.

25. Estas becas, si bien han sido y siguen siendo importantes, han descuidado la publicación de los trabajos premiados y no han promovido la conformación de comunidades académicas (promoviendo encuentros, la crítica, etc.). En estos últimos años las becas financian proyectos a más corto plazo (menos de seis meses), lo que hace imposible realizar un trabajo de campo serio y presentar un informe final. En relación con el trabajo de campo, a diferencia de lo que sucede en otros países, no hay entidades que financien los costosos trabajos de campo en zonas alejadas.

26. Sobre una historia de la investigación musical en la Universidad Nacional puede verse Bermúdez (2006).

27. En la base de datos de COLCIENCIAS ScienTI (http://thirina.colciencias.gov.co:8081/scienti/jsp/grupos.jsp), ente estatal regulador de los programas de Ciencia y Tecnología, a inicios de 2009 había únicamente 16 grupos reconocidos de investigación en el área de artes: 10 en categoría A (la más alta), 3 en B y 3 en C. De estos 16 sólo abordaban la música 5 de categoría A, 2 en B y 1 en C, es decir, 8 grupos en todo el país: Interdis (categoría A, creado en el 2000, U. Nacional de Colombia, Medellín, más orientado a la producción audiovisual y a la historia de la música académica en Colombia), Música y músicos de Colombia (A, 2000, U. Nacional de Colombia, Bogotá, sobre historia de la música en Colombia, incluyendo lo indígena; en este grupo participa E. Bermúdez), Valores Musicales Regionales (A, 1992, U. de Medellín, grupo que realizó la investigación sobre los embera-chamí, y que ahora está dedicado a músicas regionales tradicionales), Música cultura y tradición (A, 2001, U. del Atlántico, Barranquilla, centrado el educación musical y en tradición oral caribeña, especialmente el “son de negro”),

27.1 Musicrear (A, 2000, U. Central, Bogotá, orientado hacia la pedagogía musical, fonoaudiología y test musicales), Investigaciones en música y artes plásticas (B, 2003, U. de Pamplona, más centrado en historia de la música y la educación musical), Sapiencia arte y música (B, 2000, U. del Atlántico, Barranquilla, centrado en la música caribeña –especialmente la música de tambora-, composición y pedagogía instrumental), Grupo de Investigación en Música (C, 2004, Universidad de Pamplona, Santander; este grupo está realizando algunas investigaciones –entre otras- sobre música de los wayúu y de la Sierra Nevada, en concreto dos monografías de pregrado). Del panorama anterior podemos concluir que sólo hay dos grupos consolidados (A) interesados –entre otros temas- en investigar sobre la música de los pueblos indígenas: Música y músicos de Colombia (U. Nacional) y Valores musicales regionales (U. de Antioquia). Está iniciando un grupo en la U. de Pamplona (Grupo de Investigación en Música).


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