Cognición y cultura musical: El rol del contexto en el desarrollo del comportamiento musical
Maurício Fernandes Neves Benfatti, Elena Godoi, Aristeu Mazuroski Jr. y Rodrigo Bueno Ferreira. Universidade Federal do Paraná
2012-01-16 / Revista Acontratiempo / N° 17
1
Introducción
Con frecuencia uno u
otro modelo, entre los que se incluyen algunos de la comunicación,
defiende que las músicas carecen de una articulación referencial común.
En el centro de este tipo de tratamiento se encuentra la idea de que
cualquier propuesta significativa dentro de un ámbito comunicativo
debe ser evidente sólo a partir de la estructura utilizada en el proceso
interactivo. Esta posición encuentra su base en los planteamientos
derivados de la lingüística y asume el lenguaje como siendo una serie
de procesamientos autónomos, orgánicos y modulares. Sin embargo, el
campo de estudio relacionado con el lenguaje en uso se configura como
una alternativa teórica a este modelo centrado en el código. En este
sentido, desde el punto de vista cognitivo e inferencial en cuanto al
cuestionamiento acerca del problema de cómo los seres humanos utilizan
el lenguaje para comunicarse, el principal desafío no es pertinente
tan sólo a la variación estructural de las formas de lenguaje, sino
también a la variación funcional que la manifestación de una forma
de lenguaje puede llegar a asumir en una interacción comunicativa entre
dos o más personas. (Borges Neto, 2005; Cross y Woodruff, 2009)
Dentro de este referencial
teórico complejo y sofisticado (que ora centra la atención en la estructura,
ora sobre la función), tenemos el propósito de evidenciar el rol del
contexto en la orientación cognitiva de los procesamientos de estructuras
musicales potencialmente comunicativas. Para tanto, en este texto nos
proponemos a demostrar que algunos de los elementos intrínsecos a la
existencia ecológica de eventos musicales dependen fundamentalmente
de la observación de informaciones contextuales disponibles a ambos
lados de la interacción musical. En este sentido, entendemos
que el significado musical no reside en la estructura musical en sí,
sino más bien es un fenómeno que resulta de la manifestación musical
y del resultado de los esfuerzos cognitivos de todos los involucrados
y afectados por esta manifestación. Así, asumimos que la comunicación
(y, por lo tanto, también los significados) es un sistema emergente.
En primer lugar, ofrecemos
una descripción teórica sobre el tema central de nuestro interés:
el diálogo interactivo musical como un rasgo del comportamiento humano.
Lo consideramos un paso crucial hacia la construcción de una epistemología
empíricamente plausible y pasible del escrutinio experimental sobre
el tema. Además, este cambio de postura epistemológica permite buscar
otras formas de vislumbrar la observación formal de comunicación,
ya que es ampliamente aceptado que no sólo de palabras de una lengua
natural cualquiera se constituye la comunicación. Después presentamos
una breve consideración acerca de la naturaleza coordinada y colaborativa
que guía la interacción vía
música.
Aunque músicas puedan
ser ejecutadas por un solo músico, la música contemporánea es un
fenómeno que, en general, resulta de la actividad de varios músicos
al mismo tiempo. Además, el proceso de la ejecución musical es, en
gran medida, anclado en procesos no musicales, pero correlativos con
la estructura musical que escuchamos. Después de todo, la música no
es sólo ritmo, melodía y armonía. Los timbres, que los distintos
instrumentos musicales desarrollados a lo largo de la historia de la
humanidad nos proporcionan también son inherentes a nuestra historia
musical. Obviamente, hay muchos otros procesos extra-musicales (como
la producción musical, la formación teórica y práctica, las actividades
de marketing, etc.) esenciales para que haya música y músicos, pero
no les abordaremos aquí. Finalmente, plantearemos una pragmática de
la musicalidad humana, o sea, un modelo teórico de la comunicación
musical, tarea a la cual nos hemos dedicado a lo largo de los últimos
años.
Fundamentamos nuestro
punto de vista en el enfoque propuesto por la Teoría de la Pertinencia
(Sperber y Wilson, 1995). Sin embargo, evidenciamos que mientras que
la esta teoría (TP en adelante) se ha desarrollado casi exclusivamente
dentro de la tradición del debate semántico-pragmático (es decir,
dentro de la lingüística), su propuesta va mucho más allá, ya que
sus autores abogan a favor de un aspecto general de la comunicación
humana: la tendencia a maximizar las expectativas de pertinencia relativamente
a los estímulos potencialmente comunicativos que el entorno nos ofrece.
Por lo tanto, cualquier estímulo, sea por el entorno o por el mismo
sistema cognitivo, puede ser entendido como un estímulo potencialmente
pertinente. El valor explicativo de este enfoque de la comunicación
musical destaca el papel de los individuos en los sistemas de comunicación.
Además, es un camino fructífero para la observación de la mente y
del comportamiento como objetos de estudio naturales y correlativos,
ya que por la naturaleza misma de la comunicación, estos fenómenos
no son separables.
Interacción y diálogo
musical
Para los fines de nuestra
discusión, es importante diferenciar un comportamiento dialógico de
la producción musical. Consideremos, por ejemplo, la existencia de
idiomas musicales, como el Iau (Papúa Occidental), con ocho tonos fonéticos
y contornos melódicos que son utilizados para marcar distinciones léxicas
y gramaticales, entre ellas: aspecto, modo y diferenciaciones entre
los actos de lenguaje. En otras lenguas tonales, como el idioma Maasai
(Kenia y Tanzania), el tono es utilizado para indicar modo y caso (Evans
y Levinson, 2009, p.478). Idiomas como estos, con características musicales,
sugieren una correspondencia empírica entre el comportamiento musical
y el comportamiento comunicativo. Tal evidencia empírica apoya un modelo
teórico de operación de procesamiento cognitivo en sí, y no parece
indicar comportamientos dialógicos/musicales circunstanciales.
El dispositivo de perceptivo
de seres humanos tiene una capacidad limitada de procesamiento, con
diferentes "momentos de percepción", que limitan la cantidad
de entradas que se pueden procesar como un único bloque de información.
Los tiempos de percepción parecen tener un límite de unos tres segundos
(incluyéndose el procesamiento del lenguaje verbal). Y el lenguaje,
al igual que otros comportamientos humanos de simbolización (en especial
la música), sugiere una organización rítmica en su utilización.
Estudios desarrollados por Evans y Green (2006, p. 78) muestran que
el verso, la unidad fundamental de la métrica poética, puede contener
entre cuatro y veinte sílabas, que varían según el idioma, la cultura
y el momento de su producción. Sin embargo, el tiempo de recitar la
línea poética contiene entre dos segundos y medio, y tres segundos
y medio. El tiempo de la recitación parece ser independiente del número
de sílabas o del idioma original de la producción. Esta similitud
en la duración de la unidad métrica en un universo de idiomas y culturas
sugiere que hay un mecanismo mental subyacente para asignar el uso del
ritmo del lenguaje.
Con estos datos podemos
tratar de proponer que el procesamiento cognitivo de la música tiene
similitudes con otros procesos triviales. Incluso para los sistemas
expertos o especializados de interpretación musical, en que los procesamientos
requieren el conocimiento de una teoría de la música altamente sistematizada,
proponemos la existencia de un proceso básico que guía la comprensión
y el procesamiento de las cosas del mundo. La teoría de la música
es una actividad especializada sólo en sus propios dominios sociales
e interactivos, pero no en relación con los procesos involucrados.
La música es un artefacto
cultural producido por mentes y para otras mentes, y un artefacto puede
tener características que evocan una experiencia de progresión. Leonard
Talmy (2000, p. 425) afirma que una característica de artefactos es
el hecho de que la organización del objeto permite a su experimentador
acceder a sus diferentes partes en diferentes momentos. El efecto de
la experimentación secuencial puede ocurrir de dos maneras: o bien
el experimentador dirige su atención a las diferentes partes del objeto,
tratándolos uno a uno, o, en cambio, el objeto mismo se revela poco
a poco, en una progresión temporal.
Sin embargo, esta característica
progresiva no parece ser constitutiva, cuando observamos directamente
las estructuras narrativas (o sea, cómo el contenido de un artefacto
se revela). Por ejemplo, en una música clásica compuesta por secuencias
de alternancia de fragmentos suaves y enérgicos, estos pueden venir
a provocar en el oyente sensaciones sucesivas de emoción y tranquilidad.
Sin embargo, la asignación de los estados de emoción y tranquilidad
experimentados por el oyente, de hecho, constituyen la estructura narrativa
misma. Entonces, en un mismo artefacto, es necesario considerar las
propiedades de coherencia y de sentido: un alto grado de coherencia
y significado son indispensables para que el dispositivo se constituya
como una narración. Si tenemos en cuenta el sistema medio de asignación
de los conceptos, el trabajo que se revela a través de una secuencia
temporal puede ser considerado como dinámico. Esta categoría
de artefacto cultural puede incluir, por ejemplo, la conversación,
la narración de cuentos, una obra de teatro, una película, una actuación
mímica, una ceremonia religiosa y la música. (Talmy, 2000, p. 426).
Estos ejemplos de artefactos
llamados por Talmy de dinámicos evidencian que, de acuerdo con este
autor, la cultura no existe de forma autónoma, como si los individuos
fueran admitidos en ella a partir de un determinado período. Por el
contrario, la cultura también se considera como una producción
individual, y la propuesta cognitivista de Talmy consiste del
procesamiento de la cultura por un dispositivo específico para esta
función, similar a lo que Chomsky (1995) propone para el procesamiento
generativo del lenguaje. Sin embargo, diferentemente del programa generativo,
el procesamiento de la cultura no es algorítmico. Talmy señala:
Por el contrario, la cultura se procesa como un complejo altamente diferenciado, sistemático y estructurado, que incluye ciertas categorías de fenómenos, pero no otros. El contenido de este complejo cultural estructurado se refiere al patrón conceptual-afectivo y a los patrones de comportamiento. (p. 373). 2
Esta perspectiva no considera
una "gramática" de adquisición de la cultura: en su lugar
hay una serie de efectos que los artefactos culturales producen en la
persona que, por su vez, en respuesta al entorno, entiende la cultura
y la reestructura de acuerdo con patrones afectivos y de comportamiento
ampliamente individualizados.
Una base evolutiva sería
el fundamento de un sistema de procesamiento, el cual presentaría características
y habilidades innatas para procesamiento de la cultura. Al igual que
en la adquisición del lenguaje verbal, es necesario que el individuo
esté inmerso en un entorno cultural para que el aparato
comience a funcionar. Talmy (p. 377) también sugiere una posible co-evolución
de los aparatos de procesamiento de lenguaje y de cultura, debido al
hecho de que los dos dispositivos fueron probablemente los últimos
en la evolución de los seres humanos. Lenguaje y cultura son aspectos
especialmente relevantes para los seres humanos, mientras que en otras
especies es una característica débil o nula. Además, ambas
dependen del desarrollo previo y de interacción entre otros sistemas
cognitivos complejos, tales como el perceptivo, el motor, el inferencial,
la atención y la memoria. En este punto, volvemos nuestra atención
al rol de los procesos cognitivos básicos en la construcción de la
cultura y la comprensión del papel dialógico de los artefactos
culturales. Tales procesos cognitivos se explotan más adelante.
Maestro y Collina (2009,
p. 88) definen un proceso cognitivo como una secuencia específica de
eventos necesarios para la estructuración de todos los tipos de conocimiento.
El sujeto es una entidad autónoma en este proceso, y construye vinculaciones
entre el mundo material y la mente. Los principales mecanismos de un
proceso cognitivo son las habilidades de percepción, la visión,
la memoria y la reproducción. Estas habilidades permiten interacciones
con el entorno y son compartidas por un grupo social particular.
Cuando se realiza un proceso cognitivo, los diferentes tipos de interacción
entre el aparato cognitivo y el entorno pueden causar la generación
de símbolos.
Buscando entender la
música como una función de diálogo vamos, inicialmente, a reflexionar
sobre cómo el proceso debe ocurrir en el aparato cognitivo. Para definir
este fenómeno, vamos a explotar las tres funciones básicas de los
procesos cognitivos - categorización, asignación de dominios y modelos
conceptuales - y cómo estos conceptos se pueden relacionar con el procesamiento
de música.
El concepto de categorización
es constitutivo de las actividades cognitivas, además es uno de los
principales procesos de la lectura e interpretación del entorno
disponible (Zbikowski, 2002, p. 23). En el caso de la interpretación
musical (así como en la interpretación pragmática del lenguaje
verbal), la característica más importante es que el proceso de categorización
no es genérico, sino que altamente individualizado: los procesos de
categorización se caracterizan por las diferencias individuales de
los dispositivos procesadores, que ni siempre asignan el mismo peso
a las características similares, generando diferencias en la
entrada léxica. Así, por ejemplo, es común el error de
clasificar a la ballena como un pez, en lugar de clasificarla como un
mamífero. La unidad de procesamiento al categorizar la
unidad léxica "ballena" puede asignar más peso al medio
ambiente en el cual este animal vive (agua, un entorno destinado
aparentemente tan sólo a los peces) y mucho menos a las características
intrínsecas del propio objeto natural (el hecho de que la ballena amamanta
a sus crías y, por lo tanto, es un mamífero).
El concepto siguiente
es la correlación entre dominios (cross-domain mapping),
entendida como la comprensión de las características de un dominio
en términos de características de un dominio diferente (la correlación
entre los dominios es el resultado de la aplicación y generalización
del concepto de la metáfora propuesta por George Lakoff
y Mark Johnson en 1980). Con base en la correlación entre los dominios
es posible observar la música a través del espacio y del tiempo.
Consideremos, por ejemplo, la correlación creada por la batuta de un
maestro de una orquesta, en la que el tiempo, los ritmos y los cambios
de la ejecución se imprimen en la música a través de secuencias
temporales y espaciales de gestos. Lawrence Zbikowksi (2002, p.
63) indica que la correlación de dominios de la música puede explicarse
y entenderse en términos de lenguaje, que permite los procesos de producción
comunicativos y dialógicos.
La última función básica
que vamos a discutir es la de los modelos conceptuales. Zbikowski (2009,
p. 109) explica los modelos conceptuales como una serie de proposiciones
simples unidas entre sí con el fin de construir un sistema de
producción de inferencias. Los modelos conceptuales se derivan del
mundo, pero no son representaciones cartográficas, un "mapa representativo
del mundo" en la mente del individuo. Por el contrario, los modelos
conceptuales se constituyen como formas de responder al
mundo y sus circunstancias y están estructurados con el objetivo de
eficiencia cognitiva, y no para crear la precisión representativa.
A partir de la observación
de estas consideraciones (sin que necesariamente adoptemos los puntos
de vista descritos), proponemos que la música tiene un gran potencial
comunicativo similar al uso de la lengua hablada y escrita, teniendo
en cuenta la perspectiva de la eficacia cognitiva de la mente.
Por lo tanto, reconocemos que es necesario un lenguaje estructurado,
dado el hecho que la mente no representa el mundo necesariamente a través
de símbolos lingüísticos para que estos sean operados internamente.
La música y el lenguaje verbal poseen correlaciones como vehículos
de significado, guiados por los efectos interactivos y comunicativos,
y la única condición previa para sus funciones dialógicas es que
los sujetos posean las habilidades básicas de procesamiento cognitivo
ya explicitadas.
Instrumentación,
composición y musicalidad: procesos cooperativos
de la cognición musical
Ahora mostraremos que
la relación entre instrumentación y música emerge de la naturaleza
cooperativa y coordinada de los procesos musicales. Así, presentamos
algunos de los criterios técnicos de la luthería
3
para que podamos observar que los componentes estructurales de los instrumentos
musicales no son suficientes para explicar algunas de sus demandas funcionales.
Propondremos una explicación pragmática de estos fenómenos, que nos
conducirá a un enfoque cognitivo para la atribución de significados
a los patrones estables de música y luthería (puesto que la
música y los instrumentos son fenómenos relacionados de forma interdependiente,
de acuerdo con los efectos contextuales derivados de procesos de interlocución
musical, se crea una interacción cooperativa entre luthier,
músico y el público).
Los instrumentos acústicos
dependen fundamentalmente de las propiedades organolépticas de la madera
y, por tanto, son cualitativamente condicionados por el rigor en la
selección de los materiales empleados. La calidad de un violín, por
ejemplo, proviene de las características físicas de las maderas, tales
como la densidad, elasticidad, dureza y velocidad de propagación del
sonido en la madera (Donoso et al., 2008, p. 3) y, como afirman Brito
y Brito:
Es con el violín (y otros instrumentos de su "familia") que la madera llega a la apoteosis de su uso. Las diferentes especies de madera son necesarias para realizar las cerca de ochenta piezas del instrumento. Pero dentro de cada especie, sólo fuentes muy específicas son suficientes para darle la calidad acústica que el instrumento requiere. (Brito y Brito, 2009, p. 48).
Por otro lado, un estudio
de Pereira, Laibida Jr. y Freitas (2010) realizado con nueve diferentes
tipos de madera, muestra que los instrumentos eléctricos como la guitarra,
no presentan un cambio significativo en su timbre, independientemente
del origen y de la especie de la madera. Confirmando las declaraciones
anteriores de Fleischer y Zwicker (1998 y 1999), ellos sostienen que
el timbre de las guitarras eléctricas debe estar asociado
a otros factores no relacionados con los atributos de la madera utilizada
(Pereira; Lambida Jr y Freitas, 2010, p. 29). Así, en la luthería
moderna, los factores técnicos de los instrumentos no son auto-suficientes
para explicar algunas de sus características, lo que indica la existencia
de fenómenos causales de otro orden, posiblemente, culturales, psicológicos
e idiosincrásicos. s
Muchos criterios pueden
ser observados en relación con los elementos técnicos en la elección
de un instrumento, pero nos limitamos a estos dos ejemplos: i) la tradición
del color del barniz del violín, ii) el uso de maderas para la fabricación
de guitarras eléctricas.
Donoso y colaboradores
(Donoso et al. 2008, p. 3) describen la aparición del violín en la
Italia del siglo XVI como un desarrollo de los instrumentos de cuerdas
friccionadas. Aparentemente hay en este proceso de desarrollo una relación
con las proporciones matemáticas conocidas como "proporción áurea".
Bergmann Filho (2010, p. 19) afirma que ya en la dinastía de los Amati,
en el siglo XVI, el violín adquirió características estables, habiendo
alcanzado su punto culminante con los constructores Nicola Amati, Stainer
Jacob, Antonio Stradivari y Giuseppe Guarnieri. A pesar de que se han
confirmado casi todas las funciones estructurales de los violines (desde
la elección de la madera hacia la forma de los agujeros en forma de
“ƒ”), muchos expertos en instrumentos musicales se han dedicado
a descubrir los secretos de la calidad de estos instrumentos (como,
por ejemplo, los Stradivarius), haciendo análisis químicos, tomografías
computarizadas, resonancias magnéticas, espectroscopia infrarroja,
etc. Pero, a pesar de las hipótesis sugeridas, ninguna ha sido confirmada,
dada la natural renuencia de los propietarios cuanto a estos exámenes
(Brito y Brito, 2010, p. 50).
Sin embargo, aunque existan
recursos químicos a nuestra disposición para cambiar el color del
barniz del violín sin afectar su rendimiento acústico, no es común
en las orquestas, el uso de violines negros, blancos o púrpuras. Delante
de una la posible ocurrencia de esta situación, hasta el más desinformado
probablemente se preguntaría por qué un instrumento se destaca
entre los demás.
La pregunta que hemos
planteado es acerca de cual representación violines adquirieron –
¿y por qué? - para que permanecieran estables. Observando solamente
las estructuras, la respuesta podría ser la de Bergmann Filho (2010),
que fue mencionada arriba, pues el violín llegó a su máxima calidad
hace por lo menos tres siglos. Sin embargo, si la pigmentación
del barniz de violines no afecta su
calidad, como ya se explicó, la estabilidad del color del instrumento
a través de sucesivas generaciones debe estar vinculada a otras causas. a
La guitarra eléctrica,
a su vez, es sinónimo de innovación y versatilidad, que, por supuesto,
se opone a la tradición d el violín. Desde su creación, con el empeño
de Les Paul para hacer frente a la falta de amplitud y de la consecuente
queda del empleo de la guitarra (que desapareció en las
big band de Jazz del siglo XX), y de las innovaciones de Leo Fender,
hasta llegar al número infinito de soluciones y tecnologías actuales
aplicadas al instrumento, la guitarra es la encarnación misma
del ideal de la creatividad en la construcción de instrumentos (Millard,
2004).
Sin embargo, aunque el
timbre de las guitarras eléctricas no dependa de la calidad de sus
maderas, ni del diseño de sus cuerpos, sino de la calidad de sus camionetas
o cuerdas, se observa que, en los espectáculos de varios géneros en
que se emplea este instrumento, no es común un músico usar una guitarra
eléctrica construida de fibras sintéticas, como ocurre con los teclados
eléctricos, o de arcilla, como es el caso de algunos instrumentos de
percusión, o incluso un modelo en forma de cuadrado, a pesar de que
estas excentricidades sean posibles como variaciones de técnicas de
construcción.
Así, aunque en una trayectoria
opuesta a la tradición del violín, la creatividad inherente a la guitarra
eléctrica parece estar restringida por alguna razón semejante a las
restricciones creativas que existen en cuanto a la construcción de
violines. Estos fenómenos podrían ser explicados por la teoría
memética de Richard Dawkins (1976), que considera que la difusión
de las ideas se produce a través de procesos de imitación. Sin embargo,
como Sperber y Claidière (2008; Claidière y Sperber, 2010) han argumentado,
para que un determinado comportamiento sea considerado un hecho cultural,
sólo una explicación de cómo el fenómeno se propaga en un
grupo social no es suficiente, sino que también se debe explicar cómo
tal fenómeno se mantiene estable a lo largo de sucesivas generaciones.
Brito y Brito (2009)
señalan que, inicialmente, en el momento en que los académicos dieron
mayor valor al laúd y viola da gamba, los violines fueron vistos como
una especie de instrumento popular, sin prestigio social. Incluso
algunos virtuosos (el ejemplo más famoso es el de Paganini) llegaron
a tener su talento asociado con pactos con el diablo, lo que dio al
violín la fama del instrumento del diablo. Esta representación
del violín cambió con la aparición de algunas pinturas religiosas
en las que los ángeles empuñaban violines en sus actos de culto. Esta
misma representación se puede observar en la viola, que se considera,
en algunas comunidades, como un instrumento de alabanza
a Dios, pero al mismo tiempo, permite al músico establecer un pacto
con el diablo para convertirse en un guitarrista competente. La misma
representación se manifiesta en la guitarra eléctrica, personificada
por el virtuoso guitarrista Steve Vai, protagonista de la película
Crossroads (Hill, 1986).
Tanto por sus contextos
de desarrollo histórico-social, como por lo que representan
hoy en día, los instrumentos musicales pueden ser caracterizados como
auténticos artefactos culturales. Ellos no encapsulan solamente informaciones
musicales, sino también son medios de transmisión de meta-representaciones
inherentes a ellos mismos. Las meta-representaciones de instrumentos
nos revelan, además, otro aspecto coordinado e interactivo en cuanto
a la manifestación musical. Tenemos que observar que los procesos previos
y posteriores a los procesos musicales son inherentes a los sonidos
que músicos extraen de sus instrumentos, ya que tanto las formas de
músicas y de instrumentos parecen referirse a las funciones de estos
elementos que son importantes para las personas que sostienen
la existencia de las músicas en sus comunidades/culturas. Es decir,
los instrumentos musicales son objetos dotados de potencial comunicativo.
En este sentido, de acuerdo
con Sperber (2007), un naturalismo epidemiológico en los estudios
de los artefactos culturales debe proporcionar un enfoque explicativo
de la recurrencia de ciertos elementos culturales en ciertas comunidades
humanas. En esta perspectiva, tanto la tradición sobre la pigmentación
del barniz del violín y el atrevido diseño del modelo de guitarra
eléctrica Flying V, pueden ser explicados en términos de los efectos
contextuales positivos derivados de las representaciones mentales y
públicas que tenemos sobre estos instrumentos. Las representaciones
que hacemos de una actuación de música clásica o de un género
del Rock están impregnadas de las expectativas que se adhieren a ellas,
resultando en el compromiso de cooperación para el diálogo musical.
Por lo tanto, el enfoque cognitivo considera que el arte de la luthería
se caracteriza por una competencia del luthier en inferir
las demandas sociales en cuanto a la musicalidad, sean éstas provenientes
de los requisitos técnicos de los músicos o de las expectativas de
las audiencias. Esta competencia del luthier se manifiesta en
la atribución de significados a los recursos posibles con el
fin de ofrecer soluciones más pertinentes.
La perspectiva que defendemos
permite algunas explicaciones acerca de las demandas sociales de la
música e instrumentos musicales, ya que toma en cuenta las particularidades
que se manifiestan en las representaciones de estos artefactos. Además
de proporcionar una comprensión de los procesos de composición
como resultado de vinculaciones creativas interdependientes, también
proporciona describir una composición musical como resultado de meta-representaciones
que tienen el músico y su público, y el ejercicio de la luthería
como el resultado de meta-representaciones que el luthier hace
de los músicos y de sus respectivas audiencias. Se trata, por lo tanto,
de concebir la luthería como un proceso pragmático de colaboración,
impulsado por la interacción y por los contextos, y cuyas bases reposan
sobre el compromiso individual delante de las demandas sociales de formas
musicales. Así, postulamos que los efectos contextuales derivados de
los procesos de instrumentación ejerzan un importante rol en la organización
social de la audiencia de las músicas.
Referencia y significado a través de las estructuras musicales: la pragmática de la manifestación musical
El debate sobre la interfaz
semántico-pragmática es en gran parte guiado por las ideas de referencia
y significado que un enfoque semántico o pragmático puede asumir.
De acuerdo con el modelo que proponemos aquí, entendemos referencia
como el proceso mediante el cual los individuos apuntan a ciertas cosas
del mundo en comportamientos de comunicación. Por significación,
entendemos el proceso por el cual los individuos atribuyen estados
intencionales a las referencias expresas/observadas en los comportamientos
comunicativos. Así, proponemos que la comunicación es necesariamente
un objeto que va más allá del lenguaje verbal, sin que esto signifique
que el lenguaje verbal no sea relativo a la comunicación. O sea, el
lenguaje no se presenta como el único objeto funcional que nos permite
que exista la comunicación humana, sino como un fenómeno que integra
la unidad funcional de la comunicación: el comportamiento interactivo.
En el caso de la música,
más específicamente, la posibilidad de observación epistemológica
“evapora” cuando levantamos el debate sobre la comunicación
a partir de una búsqueda de referencia estructural, significado y composicionalidad.
Esto se debe al hecho de que en la naturaleza difusa de músicas
no hay nada que se puede observar como similar a la naturaleza discreta
y encapsulada de un significado léxico. A pesar de que la descripción
estructural del lenguaje verbal permite una serie de especulaciones
fructíferas sobre nuestras intuiciones lingüísticas, poco éxito
este enfoque puede lograr cuando se trata del escrutinio de la naturaleza
comunicativa de la manifestación comunicativa.
Entender la comunicación
y los significados como eventos que emergen de la interacción
entre los seres humanos a través de las estructuras manifestadas
por medio del comportamiento es un camino plausible de observación,
que necesita solamente un argumento central: el procesamiento tanto
de las estructuras, cuanto de los contextos es crucial para
el surgimiento de un significado comunicativo. En este sentido,
no nos sentimos atraídos por cualquier un de los polos contemporáneos
que conciben la naturaleza comunicativa solamente como una cuestión
de maduración individual o solamente como una cuestión de la internalización
de lo social. Creemos que más mecanismos cognitivos innatos permiten
la adquisición de más información del entorno. Es decir, maduración
y adquisición pueden ser vistas como facetas de un mismo
proceso, situado en el corazón de lo que se llama habitualmente
de psicología del desarrollo.
Sin embargo, no entendemos
necesariamente que mecanismos cognitivos innatos sean similares a noción
modular oriunda del abordaje generativo de Chomsky (1995). Eso ocurre
porque no los entendemos como órganos mentales, mientras que los generativitas
tienden a explicar el lenguaje como fruto de actuación de un único
sistema mental - el generativo - del lenguaje. Desde nuestro punto de
vista, tales mecanismos innatos no son órganos, sino especializaciones
cognitivas que modifican informaciones del entorno de diferentes formas
y que posibilitan que las informaciones pertinentes sean funcionales
en nuestras acciones diarias. La diferencia central reside en el hecho
de que si la noción modular de Chomsky se aplica solamente a
los procesamientos lingüísticos, nuestro modelo permite explicar que
percepción, concepción e interpretación también son procesos modulares
de los cuales emerge lo que llamamos de comunicación.
Además, nuestra propuesta
de especialización cognitiva no es localizacionista, puesto que no
nos comprometemos con el modelo de psicología “llana”
que se observa en los modelos modulares tradicionales (Chomsky, 1995;
Fodor, 1984), segundo los cuales, solamente las capacidades cognitivas
más relativas a la percepción del estímulo del entorno son entendidas
como especializadas, mientras el pensamiento no estaría enraizado en
una base biológica sistemática. Es decir, no compartimos esta concepción
lineal de los procesamientos lingüísticos en la cual los procesos
pragmáticos (relativos al contexto) serian secundarios si comparados
con los procesos puramente lingüísticos. En este sentido, el procesamiento
del lenguaje consistiría autónomamente en un proceso evolutivo y,
por lo tanto, sistematizado. Desde nuestro punto de vista, el fruto
de la actuación de este mecanismo orgánico seria no sistematizado,
puesto que las idiosincrasias típicas observables en el lenguaje en
uso serían demostraciones de que cada individuo tendría una estrategia
propia y peculiar de comunicación. Así, según los autores mencionados
arriba, la pragmática solamente entraría en acción a partir del momento
en que los procesamientos lingüísticos resultarían en outputs
defectivos. O sea, solamente se buscaría la interpretación de las
atribuciones de significado de nuestros interlocutores a partir del
momento en que se detectaría que alguna enunciación por ellos verbalizada
haya presentado alguna incoherencia significativa o mala formación
lingüística.
Rechazamos esta hipótesis
lineal, pues los fenómenos pragmáticos parecen actuar incluso en la
orientación de la percepción. Pensemos, por ejemplo, en la verdadera
avalancha de informaciones comunicativas potencialmente relevantes que
nos cercan en los grandes centros urbanos contemporáneos. Obviamente
no somos capaces de interpretar comunicativamente toda esta avalancha
de estímulos que compiten por nuestra atención. Dado el hecho de que
entornos urbanos poseen estructuras extremamente dinámicas, cada vez
que salimos de casa para comprar pan, por ejemplo, tenemos que adoptar
estrategias que difieren de acuerdo con las condiciones del exacto momento
en que hacemos nuestro recorrido. Si observáramos, con la misma atención,
todos los estímulos que podrían llamar nuestra atención, tendríamos
que gastar mucha energía para decidirnos satisfactoriamente sobre objetivos
tan simples como el de cambiar algún dinero por algunos panes. De acuerdo
con la TP, debemos tener mecanismos pragmáticos que orientan nuestros
movimientos diarios.
Sin embargo, somos extremamente
hábiles en detectar las informaciones que nos son más importantes
cuando estamos haciendo el recorrido entre nuestras casas y las panaderías
de nuestras preferencias. Lo mismo ocurre con el lenguaje verbal. Imaginemos,
por ejemplo, si tuviéramos que procesar todas las hablas que escuchamos
cuando estamos tomando cerveza en un bar con varias personas desconocidas
alrededor, conversando unas con las otras sobre temas que en nada nos
son pertinentes. Literalmente tenemos que escoger cuáles son los estímulos
que merecen más nuestra atención a lo largo de nuestras vidas. Es
por eso que no nos huimos como locos cuando oímos el ruido de alguna
bocina. Lo hacemos solamente cuando detectamos que tal efecto sonoro
se produjo en nuestra dirección. Al contrario de lo que predicen los
enfoques tradicionales de las computaciones lingüísticas, el pensamiento
no es asistemático, ni tampoco lento o secundario. Sólo es necesario
que diferenciemos el hecho de que algunas veces no poseemos todas las
informaciones necesarias para que resolvamos algunos problemas que nos
son establecidos. Cuando escuchamos un chiste que no comprendemos nos
restan algunas pocas opciones, como, por ejemplo, cuestionar a nuestros
interlocutores sobre el significado del chiste (y nos exponemos a los
embarazos típicos de tal situación), o nos resignamos y dejamos esta
tarea cognitiva de lado hasta el momento que, por acaso, vengamos a
poseer las informaciones básicas necesarias a la adecuada interpretación
del chiste.
Personas meneando la
cabeza al son de Heavy Metal, o bailando Tango, Zamba, Bolero o cualquier
otro género musical, evidencian claramente que hay el reconocimiento
por parte de ellas de que aquellas sonoridades poseen alguno tipo de
referencia. Pero, si esta referencia no está evidente en la estructura
musical, ¿dónde estará? De acuerdo con los propósitos de la TP,
la cuestión del desarrollo del lenguaje y de la comunicación no reside
solamente en aprender lo que las palabras significan, sino que también
en atribuir tantas cuánto sea posible mejores interpretaciones a las
cosas que las personas hacen con las palabras. De manera similar, la
cuestión de la referencia musical no es vinculada a la estructura musical
en si, sino que también es relativa al comportamiento a ella adyacente.
Es decir, el desarrollo cognitivo de una pragmática musical es sensible
a los contextos musicales que los diversos patrones musicales habitan.
Seguramente nos parecería
raro si el pianista del restaurante del hotel dejara las teclas de lado
para dirigir-se a una batería y empezara a solar infinitos y sucesivos
patrones rítmico-melódicos, tal como los virtuosos bateristas de Rock
Progresivo. Pero no es sólo en los momentos de detección de comportamiento
musical anómalo, que nuestro significado musical emerge junto con nuestros
pensamientos musicales. Tal sensibilidad es permeable a todos los contextos,
en los cuales nos reconocemos y es capaz de atribuir dinámicamente
significados a la misma música cuando ejecutada en ocasiones diferentes.
Así, de acuerdo con
la perspectiva de la TP, la sensibilidad al contexto es un elemento
que debe ser comprendido no como una cuestión mecánica, sino como
una cuestión de orientación de los procesamientos. Es decir, cuando
observamos la comunicación dentro de una perspectiva evolutiva, no
sólo las cuestiones sobre el hardware del lenguaje emergen,
sino también las cuestiones de programación (software). Poseemos
la capacidad de derivar informaciones pertinentes, observando directamente
las cosas del mundo, como cuando utilizamos algún objeto para algún
propósito oscuro (utilizar una rama de árbol para rascar las espaldas).
Además, también somos capaces de comunicar unos a los otros sobre
las diversas maneras y motivos por lo cuales determinadas estructuras
del mundo pueden a venir a ser pertinentes.
Algunas consideraciones
No vimos el menor indicio
de que la especificidad regional que un determinado patrón artefactual
(en nuestro caso, musical) pueda ser visto como una adaptación. Es
decir, ideas musicales no son, a priori, una explicación en
sí para la recurrencia de patrones musicales. Aunque la idea de que
un determinado tipo de patrón cultural sea la exteriorización de un
patrón cultural específico interiorizado de la biología de individuos
de la comunidad que lo produce circule abundantemente en los debates
informales, ella carece de una argumentación seria.
Enamorados se apropian
de músicas ajenas para decir, “yo te amo”, así como el cine
se apropia de músicas para indicar determinados significados en sus
obras cinematográficas. Músicos se apropian de los instrumentos desarrollados
por luthiers y de los timbres mágicos que cuerdas, maderas,
coros, teclas y metales nos pueden ofrecer. Productores de shows y de
mega-eventos musicales se apropian de culturas musicales para buscar
más lucros. Es en esta capacidad de atribuir nuevos significados a
las estructuras del mundo que reside la gran capacidad cooperativa y
coordinada de la creatividad típica de nuestra especie.
Estas atribuciones no
son aleatorias, dependientes de los humores de todo y cualquier delirio
atributivo de intenciones. En este sentido, la estabilidad de patrones
culturales es crucialmente sensible al contexto. Eso, porque un patrón
estructural tenderá a ser más frecuentemente ejecutado de acuerdo
con los efectos contextuales positivos relativos a él. Es decir, patrones
estructurales musicales respetan una geografía cultural en cuanto a
patrones ecológicos de distribución. Así, de la misma manera que
musicalidad es ubicua a la existencia de grupos de seres humanos, la
diversidad musical también lo es.
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1 Agradecemos a CAPES, cuyo apoyo financiero fue fundamental en el desarrollo de los proyectos de investigación que han dado forma a este trabajo.
2 Traducción nuestra.
3 Luthería es el arte o el oficio de construcción, restauración y mantenimiento de instrumentos musicales de cuerda y con caja acústica, teniendo en cuenta la historia de estos instrumentos, tales como un patrimonio artístico de la humanidad (Carta di Cremona, 1987). Históricamente, la luthería surgió de la construcción de laúdes, siendo el término mismo relacionado con este instrumento (laúd, en francés). Más tarde los luthiers empezaron a construir violines, cellos, violas y guitarras, y hoy sus actividades se amplían con la construcción de guitarras y bajos eléctricos.
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