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Miércoles 01 de Mayo del 2024
ISSN 2145-1958 | RSS

Aportes para un estudio sobre la circulación y el negocio de los instrumentos musicales de cuerda pulsada en Bogotá

Daniel Enrique Sanabria Tapias

2014-12-15
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APORTES PARA UN ESTUDIO SOBRE LA CIRCULACIÓN Y EL NEGOCIO DE LOS INSTRUMENTOS MUSICALES DE CUERDA PULSADA EN BOGOTÁ


A Manera de Introducción

Los instrumentos sonoros han estado ligados a la vida de los seres humanos casi desde sus orígenes, como lo evidencian principalmente grabados y exploraciones arqueológicas con más de 30.000 años de antigüedad. Es decir, son anteriores al uso del lenguaje en la comunicación humana y por tanto al concepto de música, y eran utilizados más como objetos que producían sonidos para identificar situaciones tales como peligros inminentes o sentido de pertenencia a ciertas comunidades primitivas. Es viable decir que el primer objeto sonoro fue el mismo cuerpo humano, que a medida que fue evolucionando en su relación con su entorno natural, se apoyó en el uso de elementos tales como piedras o palos percutidos y aerófonos rudimentarios como cuernos o caracoles que ampliaban el campo sonoro y por tanto les permitía una mayor cobertura en los mensajes que buscaban comunicar. Posteriormente, estos objetos adquirieron un uso también ceremonial y acompañaban los eventos religiosos o las epopeyas guerreras. El comienzo del uso de estos instrumentos con fines artísticos o de divertimento se pierde en los abismos del tiempo, aunque se puede inferir que fue un largo proceso el que condujo a esta circunstancia, a juzgar por las evidencias en textos o imágenes antiguas. También es viable suponer que este proceso se manifestó de diversas maneras y en diferentes tiempos y espacios, de acuerdo con las distintas culturas que les dieron origen. Las fuentes existentes dan cuenta de una gran diversidad de formas y usos en el lejano oriente, en el Asia Menor o en el África, e incluso en Indoamérica, aunque en este último caso las fuentes provienen casi fundamentalmente de la investigación arqueológica realizada durante los últimos 100 años.

No obstante, es a partir de la Baja Edad Media (siglos XI a XV) y en particular durante el período del Renacimiento (siglos XIV y XV), cuando se encuentran evidencias más claras para establecer una historia del desarrollo de los instrumentos musicales, en una primera etapa por el auge del arte religioso impuesto hegemónicamente por la iglesia y en segundo término, porque es en el Renacimiento europeo cuando se da la transición de la música vocal a la música instrumental, lo que supone un desarrollo del instrumento como objeto para producir música. Imagen 1 En este punto es importante anotar que la forma como se manifestaron las expresiones renacentistas en la música distan mucho de lo que sucedió en otras artes como la pintura, la escultura o la arquitectura, que pretendieron revivir conceptos estéticos de la antigüedad; la música del período anterior a la edad media fue olvidada o desconocida, al punto de que lo que hoy en día se conoce genéricamente como “música antigua” es aquella que se produce a partir del Renacimiento y en el período medieval, principalmente en las cortes, en las “capillas” o en la juglaresca del medievo. Y es aquí donde cobra una gran importancia el rol desempeñado por los instrumentos musicales y por los “luthiers” o fabricantes de estos, que comenzaron a ser protagonistas del desarrollo musical, al grado de que la máquina más compleja construida por el hombre antes de la revolución industrial, fue un órgano de tubos. Imagen 2

Esta abigarrada síntesis presenta como limitante que el espacio temporal se reduce a la organología desarrollada en el continente europeo, dejando de lado lo que sucedió en otras civilizaciones como la china, la hindú o la árabe, aunque se puede inferir que ante el impulso aventurero del hombre, motivado por la necesidad de conquista de nuevos territorios y del intercambio comercial generado por el desarrollo de la navegación, múltiples influencias debieron contribuir al desarrollo de los instrumentos musicales, en particular de los cordófonos pulsados o frotados, que a la postre llegaron a las latitudes americanas. Sin embargo, esta breve introducción es útil para el fin de este escrito, que lo que busca es aproximarse a una caracterización de lo que ha sido el desarrollo de la organología musical en nuestro medio y su transición a un negocio que forma parte importante del campo musical contemporáneo.


Los instrumentos musicales en la Santafé de la colonia


Para efectos de los alcances propuestos para este artículo, el relato se centra principalmente en los cordófonos pulsados y en su circulación y uso en la ciudad de Bogotá. Con este fin, es imprescindible hacer mención al libro Historia de la Música en Santafé y Bogotá 1538-1938, que dedica uno de sus capítulos al tema de los instrumentos musicales en la ciudad, del cual se mencionará lo relativo a los instrumentos de cuerda y sus accesorios. El primer punto a destacar en este trabajo es que la ruptura política con España en lo cultural no fue tan drástica como lo fue en el aspecto político, lo cual es comprensible si se tiene en cuenta que la colonia arrasó con las costumbres y tradiciones originarias de América, imponiendo las del invasor en todos los campos de la vida social. De esta realidad no escapó la actividad musical. Desde los albores de la conquista se reseña la existencia de arpas, vihuelas y guitarras traídas de España, lo cual es una constante durante los dos primeros siglos del período colonial, hecho registrado en fuentes crónicas de viajeros y registros mercantiles que reseñan la importación de estos instrumentos, de uso frecuente en eventos sociales como bailes y celebraciones de las clases acomodadas de la ciudad y algunos de los cuales se conservan en colecciones particulares y muy pocos en la colección del Banco de la República o del Conservatorio de la Universidad Nacional de Colombia. Como es de esperarse, los instrumentos fueron adoptados y adaptados por los habitantes de la entonces Nueva Granada, dando paso a nuevas formas y sonoridades que se convirtieron en tiples, requintos y bandolas fabricados de forma artesanal y que incorporaron el uso de maderas nativas. Siguiendo las mismas fuentes comerciales y notariales mencionadas, se evidencia que hacia finales del siglo XVIII la importación de instrumentos de cuerda disminuye significativamente, dando paso a la fabricación local, lo cual da cuenta de la aparición de un sector artesanal especializado, principalmente carpinteros que combinaban la fabricación de muebles y objetos de hogar con la de instrumentos musicales que usaban, en principio, para sus actividades lúdicas y recreativas, y más adelante para el comercio local. No obstante, es solo hasta la segunda mitad del siglo XIX que se encuentran evidencias claras de un sector comercial dedicado a la fabricación, reparación y distribución de instrumentos de cuerda y de accesorios para estos, incluyendo no solo las cuerdas de recambio, sino también algunos métodos como los publicados por José Viteri y Telésforo d’Aleman entre 1868 y 1885. Dichas evidencias se encuentran en registros de prensa y avisos comerciales de la época.

Como se puede observar de este breve relato, la información sobre el tema durante la colonia es escasa y muy dispersa, lo cual es una oportunidad para los investigadores de la música, que pueden encontrar allí una línea muy interesante de trabajo. Una muestra de esta dificultad en las fuentes, que se menciona en el texto reseñado, tiene que ver con los datos acerca de los pianos existentes en Bogotá para el siglo XIX, pues mientras una fuente reseña para 1886 un número de 2000 pianos en la ciudad, otra señala para la misma época tan solo unas cuantas docenas. Estos instrumentos venían en su mayoría de Londres, coincidiendo con el auge del intercambio comercial del país con Inglaterra, y aparecían en las listas de productos potencialmente atractivos para comercializar en Colombia, antes de que se cambiaran los términos de intercambio y los Estados Unidos entraran a jugar fuertemente en la balanza comercial, cambiando las prioridades.


Llegando al Siglo XX


Con base en lo expuesto hasta aquí, se puede afirmar que la historia del negocio de los instrumentos musicales en Bogotá comienza realmente con el siglo XX, sin perjuicio de los múltiples antecedentes señalados. Se podría decir que es un poco tarde en el devenir del tiempo, pero las condiciones socioeconómicas del país así lo determinaron. El siglo XIX, salvo escasas excepciones, fue un siglo perdido en Colombia en todos los campos de la vida nacional. Las múltiples guerras intestinas por el poder territorial buscando consolidar una estructura semi-feudal heredada del dominio español, el escaso desarrollo de una burguesía empresarial nacional, el aislamiento comercial promovido por la hegemonía conservadora terrateniente (que a su vez impidió el desarrollo de la infraestructura, la educación y la cultura), y muchos otros factores asociados, dejaron al país en un atraso que aún hoy en día pagan los colombianos; pero esto es cuestión para otras reflexiones y solo se menciona como marco referencial del tema que ocupa estas líneas.

En cuanto al contenido central de este artículo, ¿qué pasa entonces con el advenimiento del siglo XX? Para ilustrar el tema se mencionarán tres casos a manera de guía para futuros desarrollos. En este punto es necesario hacer referencia al poco interés que tradicionalmente han mostrado los estudios históricos en el tratamiento del devenir de las empresas colombianas como fuente para develar aspectos relevantes de otros campos, como por ejemplo el de la música. Salvo algunos estudios que tratan de la historia empresarial de emprendimientos exitosos ubicados principalmente en Antioquia y la Costa Atlántica, es muy poco lo que se ha estudiado el sector empresarial en Bogotá, ente otras cosas porque pese a ser la capital del país, el sector social predominante en la ciudad no eran los empresarios, sino los políticos, los militares “héroes” de la guerra de los mil días que dejó a buena parte del país en la miseria, y los terratenientes que vivían de la renta de sus tierras en otras zonas del país. Esto conlleva a que para la época, muchos negocios en la capital se iniciaran en una escala muy pequeña, y este fue el caso de la industria musical.


La Dinastía Conti


En 1878 vino a Colombia el músico Manuel Conti procedente de Italia. Fue contratado por el gobierno colombiano para organizar las bandas de música, en cuya labor ayudó en la formación de profesores de música con quienes formó la orquesta Conti, una de las más prestigiosas de la capital en ese momento. Organizó la Banda Nacional, que dirigió hasta su muerte en 1914, en Bogotá. Paralelamente a su actividad de músico y formador, fundó en 1890 la Casa Musical Conti en unión de sus hermanos Emilio y Egidio, primera firma comercial que se dedicó en forma exclusiva a la venta de todo lo relacionado con música en Colombia. Conti dio origen a una dinastía que se mantuvo vigente durante casi todo el siglo XX en el negocio de los instrumentos musicales, pero también de la literatura musical, convirtiéndose en el principal importador en esta rama. Su hijo Humberto le dio al negocio dimensiones importantes, diversificándolo de acuerdo con cada época. Como anécdota, valga mencionar avisos de prensa que aparecían con frecuencia en el periódico El Tiempo. En 1937, por ejemplo, se pueden encontrar avisos en los que se ofrecen radios a $25, promocionándolos como instrumentos musicales perfeccionados, en un momento en que la radiodifusión comenzaba a tomar fuerza como medio de comunicación y de circulación de la música, lo cual da cuenta de la visión comercial de Humberto, sin alejarse del eje central del negocio que había heredado de su padre, como era el de la actividad musical. Pero además, otros miembros de la familia tenían también sendos almacenes en los cuales ofrecían productos musicales, y especialmente literatura musical que sirvió de material para muchos músicos colombianos. Este dato es importante, puesto que en Colombia no existió una industria editorial de la música, y aunque la mayoría de la literatura ofrecida por la dinastía Conti era importada, representaban casas tan importantes como la Ricordi e incursionaron en la producción de partituras de temas colombianos, principalmente en transcripciones para piano y voz, dando a conocer las obras de muchos compositores nacionales y brindándoles a los músicos el material para sus interpretaciones. Como ilustración, es viable mencionar que en el Centro de Documentación Musical de la Biblioteca Nacional de Colombia se encuentran 370 partituras con el sello Humberto Conti, 107 con el sello de Eduardo Conti en su mayoría de música nacional, 19 de Egidio Conti que son las más antiguas y 16 de Amelia Conti Imagen 3. Imagen 4 Imagen 5. La Casa Conti subsistió hasta los años 90, cuando se liquidó como negocio, pero los materiales impresos que se conservan dan cuenta de la importancia de esta empresa en la música en la ciudad, además de su carácter de pionera en el negocio que abrió las puertas a la creación de otras empresas que posicionaron definitivamente el comercio de instrumentos musicales en la ciudad, algunas de ellas creadas por algunos de quienes fueron empleados de Conti.


El papa Blanco


Otro caso significativo es de la Casa Nacional Musical Jaime Blanco. Este emprendedor del negocio de instrumentos musicales nació en Mogotes, Santander desde donde se vino hasta Bogotá muy joven acompañado de sus hermanos. En sus comienzos trabajó como boticario, repartiendo drogas en cercanías de la ciudad. Tuvo cercanía con Humberto Conti, de quien fue empleado y a quien seguramente le aprendió el gusto por el negocio de la música. Comenzó en este campo trayendo repuestos para piano en el año 45, y en 1947 abrió su primer almacén de instrumentos musicales en el cual funcionaba también un taller para la reparación de pianos, dentro del cual pasó encerrado los hechos del Bogotazo el 9 de abril de 1948. Aunque Blanco no era músico, al parecer tenía una gran sensibilidad por el tema, y era además un hombre que estuvo acorde con cada época que le tocó vivir dentro del negocio en esos años. Este hecho lo reseñan sus herederos, cuando afirman que a don Jaime en los años 60 se le conoció como el papa Blanco, apoyando a los nacientes grupos de rock de la época y vinculándose a la movida musical del momento, que se veía influenciada por el movimiento hippie de los 60. Fue pionero en la importación de instrumentos de percusión de la marca Tricson Imagen 6 de los EEUU, especialmente las baterías y las congas con parches de cuero, de uso común por las agrupaciones de la época. También comercializó la reconocida marca alemana Hohner Imagen 7, a cuya fábrica fue invitado, aunque nunca fue. No obstante, el señor Jaime Blanco fue durante toda la existencia de su negocio un impulsor de las pequeñas industrias familiares de instrumentos musicales principalmente de cuerda, así como de los músicos que incursionaban en la producción de partituras de música colombiana,Imagen 8 pues apoyó a los que se las ofrecían, invitándolos a hacer libros de partituras de música colombiana; junto con los libros que importó de Argentina, EEUU, Brasil y Alemania, llegó a constituir una de las librerías musicales más importantes de la ciudad, después de la Casa Conti. De su visión del negocio y su interés por apoyar a los fabricantes colombianos da cuenta la anécdota que narra el conocido fabricante de instrumentos de percusión salsera en Cali Hector Rocha “El Piernas”, a quien Blanco, quien ya tenía una Casa Musical en Cali, le encargó un tambor cada semana cuando el músico caleño incursionó en la fabricación artesanal de estos instrumentos, copiando un tambor americano que llegó a sus manos hace más de 40 años. A la postre los tambores, campanas y maracas de “El Piernas” formaron parte del instrumental de agrupaciones y músicos tan prestigiosos como El Gran Combo de Puerto Rico, Willie Colón, Nino Segarra, Santiago Cerón, Gilberto Santa Rosa y Roberto Roena. La Casa Nacional Musical subsistió hasta el año 2013, luego del fallecimiento de su fundador, quien siempre se mantuvo en su línea acústica, ofreciendo percusión y cuerdas colombianas, además de su completa librería musical.


Vuelve El Requinto


Otro caso emblemático es el de Luis Lorenzo Peña (1931-1990), músico popular oriundo de Santana, Boyacá, compositor y ejecutante del requinto, quien hizo un dueto inolvidable con el maestro Jorge Ariza (1927-1993), también compositor e intérprete virtuoso del requinto, nacido en Bolívar, Santander. El maestro Peña vino a Bogotá en 1967 para grabar su éxito Pedacito de Cielo, el mismo año en que el maestro Jorge Ariza graba Vuelve el Requinto,disco de antología del cual aún se hacen reproducciones. Los dos venían de una tradición musical de familia, en especial Peña, que en su natal Santana hacía música juntos con sus abuelos, padres y hermanos, logrando un gran reconocimiento local que aún se mantiene. No obstante su virtuosismo y creatividad en la música, Luis Lorenzo Peña tenía una gran visión de comerciante que desarrolló en su pueblo y en otros cercanos como Moniquirá al ser distribuidor de electrodomésticos; esta combinación de músico y hombre de negocios lo lleva a fundar su primer almacén, en el cual, a la par que comercializaba sus discos y los de su amigo Jorge Ariza, comienza a vender guitarras, tiples, requintos y percusión traídos de Chiquinquirá, para entonces muy famosa por la calidad y cantidad de los instrumentos que allí se fabricaban. Posteriormente creó su propio sello discográfico al cual llamó El Requinto, al igual que su negocio de discos e instrumentos. Muy pronto abre su segundo almacén y más adelante, hacia los años 70, sus hijos comienzan también a abrir almacenes con una línea similar a la de su progenitor, los cuales se llamaron El Tiple, La Guitarra, La Bandola, La Rumbita, Imagen 9 Imagen 10 Imagen 11 y poco a poco se van vinculando otros miembros de la familia Peña, que entre los años 80 y 90 llegaron a tener 18 almacenes en Bogotá. Con el fallecimiento del maestro Peña desapareció El Requinto, aunque la dinastía no se acabó en el negocio, pues hoy en día existen siete almacenes en Bogotá de propiedad principalmente de sobrinos y nietos del fundador. En este caso se destaca que el maestro Peña nunca dejó su oficio musical, siempre al lado de su compadre Jorge Ariza, convirtiéndose en uno de los hitos de la música de requinto propia del altiplano cundiboyacense y santandereano, gracias a los prodigiosos dedos de este par de maestros.

Muchos años han pasado desde aquellos tiempos en que casi de manera idílica un artesano con sensibilidad musical trabajaba la madera para darle vida a un objeto que era capaz de despertar con su sonido los sentidos de sus oyentes al acompañar las líricas que inspiraban su vida y su entorno. En el siglo XX todo es objeto de intercambio comercial y el valor agregado por esas características íntimas asociadas a su uso es poco. Por eso se transforman los negocios y los empresarios, y para el caso que nos ocupa como es el de los instrumentos musicales, este cambio es evidente y muy significativo, pues se ha convertido en una oportunidad de negocio con muchas posibilidades al futuro.


¡Y cómo va el negocio!


Una de las primeras evidencias conocidas de las características del negocio de los instrumentos musicales, especialmente de cuerdas pulsadas, se encuentra en un documento de investigación realizado por los reconocidos maestros Andrés Pardo Tovar y Jesús Bermúdez Silva como parte de un trabajo realizado para el Centro de Estudios Folclóricos y Musicales CEDEFIM, que para la década de los 60 existía como parte del Conservatorio de Música de la Universidad Nacional de Colombia. Dicho trabajo se titula “La guitarrería popular de Chiquinquirá” y en una de sus partes hace una evaluación económica del negocio en esa ciudad boyacense en el taller de la familia Norato. Valga la pena anotar que este apellido está íntimamente ligado a la historia de la fabricación de instrumentos de cuerda colombianos, pues se tienen referencias de la participación de los Norato en este oficio desde comienzos del siglo XIX durante la guerra de independencia. Sin embargo, es hasta la tercera década del siglo XX que Rafael Norato se instala en Chiquinquirá y da inició a una tradición de fabricantes y a un negocio muy próspero con gran influencia durante buena parte del siglo. El estudio en mención, que fue realizado al comenzar la década del 60, refiere que en 1962 en los talleres Norato se vendían entre 600 y 1000 instrumentos al año. Los precios oscilaban en el caso de los requintos entre 15 y 18 pesos, los tiples entre $25 y $80, las bandolas de $30 en adelante y las guitarras entre $120 y $150, siempre dependiendo de las calidades. Se cuenta en este documento que la clientela estaba constituida principalmente por promeseros o peregrinos que llegaban a la ciudad con fines de culto religioso, pero también por compradores al por mayor que venían incluso desde Venezuela a hacer pedidos de cuatros. Estas cifras permiten estimar que era un negocio de entre 50 y 70 mil pesos al año, valor muy significativo para la época, pues si se transfieren a pesos del siglo XXI, perfectamente se podría estar hablando de un negocio de 500 millones de pesos anuales.

Aunque no se cuenta con cifras de otros negocios similares para la década de los 60, se podría inferir que el volumen que manejaban los principales comerciantes de instrumentos musicales para la época, como eran las ya mencionadas Casa Conti y Casa Nacional Musical era similar, e incluso superior en el caso de Conti, que atendía un segmento del mercado de mayores ingresos, ofreciendo instrumentos como pianos, vientos y maderas, que tenían unos costos mucho mayores.

No obstante la prosperidad del incipiente negocio de los instrumentos musicales colombianos en los 60, esta actividad da un giro de 180 grados a partir de la década del 70, pues al tiempo que las políticas nacionales relacionadas con el comercio promueven la importación, el universo musical se diversifica masificándose el deseo de hacer música al ampliarse el espectro de géneros musicales presentes en el gusto popular; la juventud irrumpe con fuerza en el campo, se promueve la formación musical en todos los niveles y se ofrecen paulatinamente programas musicales desde los niños hasta la educación superior.

Es así como en los años 80 se comienzan a abrir grandes almacenes de instrumentos musicales que, siguiendo la tendencia de otros sectores del comercio, se concentran en una zona de la ciudad y se convierten en un referente para músicos, estudiantes y aficionados, pequeños fabricantes y en general para todos los agentes relacionados con el negocio. Dichos almacenes se surten principalmente de instrumentos importados con énfasis en electrófonos e instrumentos de percusión asociados a géneros en boga como la salsa, el pop y el rock. El crecimiento de este espacio comercial ha sido vertiginoso, y a juzgar por la dimensión y los inventarios visibles en muchos de estos negocios, se pueden inferir grandes inversiones de capital en ellos. Pero no solo la observación o las opiniones de quienes están cercanos o inmersos en este medio, sino también las cifras muestran su dinámica.


Algunas cifras


Según el DANE la importación de instrumentos musicales en el país creció entre los años 2007 y 2011 a un ritmo aproximado del 20% anual, pasando de 7.8 a 16.5 millones de dólares. Esta actividad importadora destaca el origen de las importaciones en la China, que al igual que con muchos productos manufacturados, en el caso de los instrumentos musicales ha inundado el mercado en detrimento de la calidad y del productor nacional, pues ofrecen precios con los que es muy difícil competir. Algunos entrevistados reportan que un instrumento de cuerda chino vale la mitad de lo que cuesta uno fabricado en Colombia de calidades similares o superiores.

Buscando en otras fuentes de datos empresariales, se hizo un sondeo en el sector de fabricación y comercialización de instrumentos musicales en Bogotá, del cual se tomó al azar una muestra de 16 empresas para 2012; se encontraron ocho empresas activas con un rango de ventas entre los 80 y los 4.000 millones de pesos al año, 5 empresas en liquidación y 3 sin información disponible. Si se considera que, según datos aportados por una de las fuentes consultadas, en Bogotá existen cerca de 150 almacenes de instrumentos musicales, el tamaño del negocio es de dimensiones significativas. De la muestra se resalta el porcentaje de empresas en liquidación, que según datos de la Cámara de Comercio obedece a una práctica común en la dinámica comercial, pues constantemente se crean y se liquidan establecimientos de comercio, aunque eventualmente se encuentran en liquidación algunos establecimientos con importantes trayectorias, como son los casos ya reseñados de la Casa Conti y la Casa Nacional Musical.

Finalmente, observando los datos de una de las empresas más importantes del sector, para el año 2013 se reportaron unas ventas de $7.300 millones, unos activos de $10.200 millones y un margen de la operación del 4.5%, equivalente a negocios prósperos en las condiciones de la economía actual, pese a observarse una disminución de los márgenes en los últimos años.

Es de anotar que cuando se analizan cifras de la dinámica comercial de sectores que aún tienen un margen de informalidad importante como el de los instrumentos musicales, estos deben tomarse con la debida reserva, pues se ven alterados en la realidad por fenómenos como el contrabando o el e-commerce, que ha tomado fuerza en los últimos tiempos y es de difícil cuantificación.


Coda final


El autor de este artículo es consciente de las limitaciones de los datos tanto históricos como estadísticos aportados para el desarrollo del mismo, lo cual se deriva no solo de los alcances esperados, sino de la disponibilidad de acceder a ellos. No obstante, el propósito central que se espera haber cumplido, es el de provocar a quienes se interesen en el tema y tengan relación con el campo de la investigación musical, en relación con una veta por descubrir, que puede aportar información de interés práctico para muchos de los actores del campo musical. El mismo tema tiene múltiples opciones de ser considerado. En desarrollo del texto se han esbozado aspectos históricos, económicos, incluso anecdóticos, pero de ellos se pueden inferir temas relacionados con calidades, opciones de mercado y comercio nacional e internacional para los fabricantes locales, análisis de oferta y demanda, gustos y prácticas asociadas que generan un tipo específico de mercado, y muchos otras más. Así pues, queda la invitación a profundizar en el tema, cuyos resultados se quisieran ver en futuros eventos o publicaciones.



Bibliografía

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Bermúdez, E. (2000). Historia de la música en Santafé y Bogotá 1538-1938. Bogotá: Fundación de Música.

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Redacción M&M (2012). Negocio potencial para el empresario colombiano. Consultado el 28 de septiembre de 2014 en http://www.revista-mm.com/



Lista de Imágenes

Imagen 1. Cítara checa de la colección de la Casa Nacional Musical de Mariana Blanco. Foto de Pablo Marín.

Imagen 2. Mandolina checa de la colección de la Casa Nacional Musical de Mariana Blanco. Foto de Pablo Marín.

Imagen 3. Partitura Ricordi de Carmen con sello de Humberto Conti propiedad del CDM. Foto de Pablo Marín.

Imagen 4. Partitura del bambuco Pamplonilla la loca de Bonifacio Bautista producida por la Editorial Musical Humberto Conti propiedad del CDM. Foto de Pablo Marín

Imagen 5. Contraportada de material de promoción de la orquesta típica argentina para tangos en Bogotá año 1940 propiedad del CDM. Foto de Pablo Marín.

Imagen 6. Conga Tricson de los años 60 de la colección de la Casa Nacional Musical de Mariana Blanco. Foto de Pablo Marín.

Imagen 7. Acordeón checo de la colección de la Casa Nacional Musical de Mariana Blanco. Foto de Pablo Marín.

Imagen 8. Partitura del porro Que vivan los Boyacenses, una de las primeras obras colombianas producidas por la casa musical Conti propiedad del CDM. Foto de Pablo Marín.

Imagen 9. Bandola antigua de la colección de la Tienda de los Músicos de Jaime Peña. Foto de Pablo Marín.

Imagen 10. Guitarra antigua de fabricación local de la colección de la Tienda de los Músicos de Jaime Peña. Foto de Pablo Marín.

Imagen 11. Tiple antiguo de fabricación local de la colección de la Tienda de los Músicos de Jaime Peña. Foto de Pablo Marín.




 


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